Aunque no estoy seguro de que los republicanos lo hubieran hecho, la decisión del gobierno demócrata de EE.UU. de revocar a las FARC de la lista de organizaciones terroristas es realista, pero sobre todo estratégica. Lo que menos hay que hacer con los grupos terroristas es inflarlos otorgándoles la importancia que no tienen. Es bueno centrar que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – FARC, como tal ya no existen pues la inmensa mayoría de sus miembros optaron por negociar con el Estado y fueron reinsertados a la vida nacional luego firmar un acuerdo de paz en 2016. Sus remanentes, en realidad actúan diseminados de manera agónica en las montañas de Colombia o cerca de las fronteras de Venezuela, Ecuador y Perú.

La manera más efectiva de menoscabarlas, además de las acciones de campo o in loco, es golpearlas en su ego febril, mostrándolas más bien como oportunistas que ven en los actos terroristas un pretexto para su colusión con el narcotráfico. Igual como sucede en Perú con los senderistas que son perfectos delincuentes que siguen operando en el VRAEM. Sin el tamaño del peligro del pasado, los disidentes de las FARC constituyen proporcionalmente a la paz alcanzada, una lábil expresión de amenaza para una Colombia que decidió poner coto a décadas de violencia estructural. Es bueno que el secretario de Estado, Antony Blinken, haya incidido en que dicha exoneración de la lista de grupos terroristas “no cambia la postura con respecto a cualquier acusación o posible acusación”.

Esta puntualización significa que para Washington no es tolerable la impunidad y eso también me parece muy bien. Lo que más fractura a un país como Colombia es pasar por alto a quienes con su insania hicieron mucho daño a la sociedad. Retirar de la lista de grupos extremistas a las FARC, entonces, no debe leerse como un signo de debilidad. Lo que deben hacer países como Colombia y Perú, impactados en sus entrañas por la violencia de las FARC, y de Sendero Luminoso y el MRTA, respectivamente, es decidir la pena de muerte para los terroristas que, en nuestro caso, ya está establecido en la Constitución. ¡Háganlo, sin que les tiemble la mano!