Podemos formular juicios políticos desfavorables de este año. Escribir, por ejemplo: “La corrupción moral anida en las más altas esferas, los dirigentes políticos prescinden de todo código moral y parecen haber defenestrado de la política a la vergüenza”. Este año, la política peruana operó como un somnífero. No hubo trasformaciones radicales ni cambios significativos, y permanecimos en ese status quo que enlentece y provoca somnolencia. A grandes rasgos, no vimos el surgimiento de ningún ministro capacitado para enderezar el rumbo de nuestra decadente política, aunque “nobleza obliga”, podemos hacer alguna excepción. Minúsculos sectores del Congreso, como si fueran enemigos internos declarados, aceleraron el desprestigio y empobrecieron la imagen del Congreso. Y los gobernadores regionales, por su parte, siguen actuando como favorecedores del hundimiento progresivo del país. En este registro de impresiones, podemos extendernos en la multitud de vicios que nos determinan como nación, pero, también podemos pensar diferente. Hay una figura de la mitología greco-romana que nos sirve de consuelo: Gradiva, “la mujer que camina elegantemente” o “la que hermosamente avanza”. Gradiva es un bajorrelieve romano, que sirvió de inspiración a escritores y artistas, como Wilhem Jensen, Sigmund Freud o Salvador Dalí. Lo que exponemos en este artículo es una interpretación libre de Gradiva, para pensar el Perú. Se cuenta que Gradiva sobrevivió a la erupción del Vesubio en el 79 d.C. y que huía de la escena con extrema elegancia en su andar. Imitando a Gradiva, el Perú debe enfrentar los graves problemas políticos y resolverlos con elegancia, sin perder la compostura.