Los últimos sucesos en el Congreso de la República contribuyen a caldear los ánimos en el país. El entendimiento y consenso entre las principales fuerzas políticas ha sido para lo malo. Elegir al nuevo Defensor del Pueblo y blindar a los “Niños” de Acción Popular no ha sido fruto de pactos fructíferos a favor de la gente sino de repartijas y componendas.
Y en medio de estas decisiones se ha escuchado de todo. Hasta “timorato” le han dicho al presidente del Congreso. No han faltado los legisladores que han calificado de vergonzoso el Pleno de la semana pasada y “con razón estamos tan desacreditados y la población no nos quiere”, en referencia a muchos peruanos que están hartos de este Parlamento, que en base a mentiras, engaños y corrupción se atornilla en sus curules. De esta manera, todos los escándalos que aparecen son un indicador muy significativo de la podredumbre de su trabajo.
Es evidente que el Congreso ya no tiene prestigio porque perdió su lugar de representante privilegiado de los ciudadanos. Desde hace tiempo, los congresistas solo anteponen el negocio a los intereses de la gente.
Y para colmo no hay un solo líder al que agarrarse en los momentos difíciles. Se pierden en un nudo de acusaciones e insultos. Y para colmo la irracionalidad de los gastos de este poder del Estado genera reacciones adversas. Este año su presupuesto es de 928 millones de soles, el más alto de su histora. Según un informe de El Comercio, de 2021 al 2023, el gasto en personal y obligaciones sociales aumentó de 447.2 a 659.5 millones de soles. Más allá de las cifras, esto genera un impacto emotivo en los peruanos. El rechazo y la rabia son instantáneos. Por el despilfarro y la existencia de un aparato estatal que crece año a año y es recontra improductivo.