En la batalla de San Pablo los alumnos del colegio San Ramón fueron al campo de batalla, pelearon y murieron junto a sus profesores, pero parece que ya nadie se acuerda de eso. Acaba de pasar casi casi de manera inadvertida la conmemoración de la batalla,una de las menos conocidas acciones de armas de la Guerra del Pacífico, que fue además una victoria para las armas nacionales.

Por Gastón Gaviola ()

Como siempre que me pongo a revisar estas fechas, acabo encontrándome con detalles que no me explico todavía por qué, nunca aparecen en los libros de historia. El 13 de julio de 1882, la columna de 600 hombres que lideraba el coronel Lorenzo Iglesias decidió pasar a la ofensiva y sorprender a las tropas de ocupación chilenas que tenían ya algunos días asentados en el pueblo cajamarquino de San Pablo, donde pasaban la jornada cobrando cupos a los vecinos y fusilando de vez en cuando a algún infeliz que tuviera la mala suerte de ser mero sospechoso de pelear como montonero y estar ayudando a las tropas de Cáceres.

Uno revisa los partes de ocurrencias y repasa los nombres de los batallones peruanos. Allí están el Batallón Callao y el Batallón Trujillo, y hasta la Columna Naval con 4 piezas de artillería, y una decena más de columnas, que es como se denominaba a las secciones organizadas de milicia que combatían muchas veces siendo ciudadanos o apenas reclutas y voluntarios.

Entre estas columnas hay dos que merecen una mención aparte: la Columna de Honor y la Columna Vengadores de Cajamarca. Su nacimiento se dio el 8 de julio, cinco días antes de la batalla, cuando los alumnos del colegio San Ramón de Cajamarca y sus profesores se reunieron en el patio del colegio, donde tantas veces salieron a jugar y a leer, para prestar un juramento de sangre.

En su obra, Marcial Gonzáles Chávez cuenta que el alumno Gregorio Pita se paró frente a sus compañeros y maestros e hizo una cruz con los dedos de ambas manos. Milagrosamente el juramento -o el que dicen que fue el juramento y que me encantaría creer que fue así- no se ha perdido, y decía aparentemente las siguientes palabras: “Amigos Sanramoninos, la Patria está invadida, la planta del chileno ha hollado el suelo de Cajamarca. Nuestra bandera necesita de defensores. Corramos a la guerra a defender la tumba de nuestros padres. ¡A honrar a nuestra Patria!”.

Corto y preciso. Sin adornos. Y cogieron, los que tuvieron oportunidad, un fusil y con quince o dieciseis años se lanzaron a la Guerra. Así, con mayúscula, donde una bala te quiebra los huesos y los cuchillos te abren la carne, donde a nadie le importa que tu mamá te espere en la puerta de tu casa, que no hayas tenido nunca la oportunidad de ver el mundo. De sentir el roce de una navaja en tus mejillas o los labios de una mujer entre tus brazos. Hay que correr a la guerra a defender la tumba de nuestros padres.

Gregorio murió en la batalla, junto a su compañero de clase Enrique Villanueva. Con Juan Manuel y Agusto Quiroz. Pelearon y murieron también, cambiando los pupitres por una onza de plomo en el pecho, los alumnos José María Barrantes, Juan Castro, Epitacio Alcántara y Manuel Flórez.

La pelea fue todo lo sangriento que cabía esperar. Las tropas peruanas desde las alturas atacaron por sorpresa a sus enemigos desde las seis de la mañana. De ningún bando se esperó ni pidió cuartel. Pascual Ahumada, cita el parte de un oficial chileno acerca del ingreso de las tropas peruanas a San Pablo, una vez que sus contendores abandonaron el pueblo tras su derrota.

“No respetó la ambulancia siquiera donde flameaba la sagrada enseña de la Cruz Roja, i llevó su infame crueldad hasta a fusilar a los enfermos i heridos, que en número de 15 a 16 se habían dejado allí por la gravedad de su estado, que hacía imposible i peligrosa su movilización”.

Qué diferencia habría si en las aulas, en nuestros libros, los maestros recordaran a sus muchachos el día que un puñado de educadores salió a campo abierto a dar la más alta lección de valor, decencia y coraje a sus estudiantes, y muchos acabaron pagándolo con la vida. Que den un puñetazo sobre el pupitre, señalen en su mapa el pueblo de San Pablo y les griten, ¡esto es guerra!, a ver si al fin nos interesamos.