La única forma de consolidar un entorno de desarrollo sostenible radica en la construcción de una gobernabilidad que evite que la polarización política se transforme en anarquía. La polarización se va a mantener mientras subsista un grupo pequeño pero bien organizado que quiere patear el tablero y hacerse con el poder a cualquier precio.

La anarquía es la gran amenaza a la que se enfrenta la democracia peruana. Conscientes de su incapacidad para alcanzar y mantener el poder, ese grupo reducido de exrevolucionarios que rodearon a los diferentes gobiernos durante los últimos veinte años, ahora pretenden instaurar la anarquía mediante la instrumentalización del aparato represor del Estado y la muerte de la gente en las calles por la irrupción de la protesta. La sangre es una cuota para ellos, una cuota en el mejor sentido maoísta del término, una cuota que están dispuestos a pagar con tal de hundir la gobernabilidad del Estado y la viabilidad de las instituciones.

Por eso, si queremos que el Perú sobreviva a esta amenaza, tenemos que demostrar la firmeza imprescindible para que la conspiración contra la gobernabilidad no prospere. Y no debe prosperar. Las fuerzas políticas, los sectores estratégicos y empresariales deben oponerse firmemente a estos intentos de anarquía sectaria. Y la oposición debe ser unitaria, eficiente, coordinada, patriótica. Cualquier intento desintegrador es casi una traición a la República y al Estado de Derecho porque es obvio que nos estamos jugando la estabilidad necesaria para el desarrollo institucional. Hemos de condenar el cainismo político que intenta dividir solapando sus intereses egoístas. Su triunfo es la perdida de todo el país.

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