La crisis política actual me ha hecho recordar un ensayo de Leo Strauss sobre el liberalismo académico en las universidades estadounidenses. En él, la brillante mente de Strauss disecciona el romanticismo político de los liberales de la academia señalando, con ironía, su propensión a buscar correlaciones exactas que midan el ámbito pantanoso de la política, siempre virtud y fortuna. La fortuna, como se sabe desde Maquiavelo, no se puede cuantificar, aunque sí es posible una aproximación objetiva a lo que ha de suceder en función a los antecedentes y las circunstancias. He allí, para Strauss, la grandeza de la política, tan alejada del cálculo liberal que pretende desentrañar algo que en el fondo no acaba de comprender.
Por eso, Strauss termina su estupendo ensayo indicando que, ante la política real, los liberales de la academia son pequeños nerones que tocan la lira mientras Roma arde. Lo peor, para Strauss, es que “no saben que tocan la lira y tampoco saben que Roma arde”. Es decir, cumplen un papel sobre el que ni siquiera han reflexionado de verdad. Esto es patéticamente cierto tratándose del Perú. Aquí, como en el ensayo de Strauss, los actores políticos no saben que lira tocan, no saben si tocan la lira y no saben la melodía que tienen que interpretar. Por supuesto, tampoco comprenden que son la orquesta del Titanic y que Roma arde mientras ellos se enfrascan en peleas absurdas y delirantes.
El incendio de la política equivale al fin de las leyes. No hay Estado de Derecho cuando la política utiliza el aparato represor para perseguir objetivos partidistas. La pradera arde, como querían los radicales y sus tontos útiles. ¿Seremos capaces de apagar el fuego?