Ningún intento del presidente Pedro Castillo por apaciguar los ánimos políticos a fin de prolongar su precaria permanencia en Palacio de Gobierno, será útil si es que sigue manteniendo como jefe de su equipo ministerial a un personaje tan nefasto como Aníbal Torres, quien el lunes, en Cusco, salió con un discurso de confrontación, división, intolerancia y resentimiento, que más pareció un torpedo a la concertación y la gobernabilidad a las que tanto se refiere el Poder Ejecutivo.
Para el premier Torres, “otros” son los culpables de la desgracia que es el gobierno del profesor Castillo. Responsabiliza a “monopolios y oligopolios”, a la prensa, a los limeños, al Congreso y a la oposición. Para este señor que hace tiempo debería estar descansando en su casa, el régimen al que pertenece es una maravilla que no puede ser criticado. Cree que todo está perfecto y que si no puede ir mejor, es porque no lo permiten los opositores a la administración de Perú Libre.
Para este caballero no hay ministros impresentables seguidos de funcionarios con prontuario que entran al sector público por compadrazgo o por pago de favores. Tampoco existen los 20 mil dólares de Bruno Pacheco en Palacio de Gobierno, los sobrinísimos prófugos ni las confesiones de Karelim López que embarran al propio mandatario. No ve la mano del corrupto Vladimir Cerrón que tiene gente oscura metida en el gabinete que él mismo encabeza.
Pocas veces el país ha tenido un premier tan desconectado de la realidad. Cada día que permanece en el cargo solo se pueden demostrar dos cosas: que el presidente Castillo es tan náufrago en política que no se da cuenta del daño que el señor Torres ocasiona a su gobierno y al país; o que simplemente nadie de valor personal y profesional acepta el cargo por estar seguro de que se va a quemar y que el desprestigio lo perseguirá por muchos años.
Fue muy irónico, por no decir gracioso o surrealista, que ayer desde el patio de la Casa de Pizarro el presidente Castillo haya pedido terminar con la “confrontación inútil”, esto un día después de que el premier Torres tratara de incendiar la pradera en Cusco, en medio de un paro que hizo colapsar al turismo y otras actividades que generan trabajo y bienestar. Si el jefe de Estado no cambia a Torres, el Congreso debe mandarlo a su casa. Que se haga una por el bien del Perú.