Uno de los problemas más grandes de la educación virtual es que nos perdemos de gran parte del aspecto social del aprendizaje.  Esto se acentúa mucho más cuando no podemos vernos las caras, cuando mantenemos la cámara apagada durante las reuniones. Para los docentes es muy difícil hacerse de una idea certera de cómo sus estudiantes están recibiendo y procesando el material de clase. De igual manera, los estudiantes también se benefician y sienten más en confianza cuando se pueden ver las caras.  Sin embargo, obligar a las personas a prender sus cámaras se siente invasivo.  Algunas personas pueden no sentirse cómodas con mostrar su vivienda en cámara o pueden sentirse avergonzadas de no tener un espacio único para ellos.

Los investigadores Castelli y Sarvary (2021) decidieron estudiar este fenómeno.  Querían comprender por qué tantos estudiantes preferían apagar las cámaras, dejando a los docentes con la sensación de estar hablando consigo mismos. Realizaron cientos de entrevistas y cuestionarios a estudiantes y descubrieron que el 41% estaba preocupado por cómo se les veía en cámaras, y por eso, preferían tenerla apagada. Se angustiaban por sentirse mal peinados, por seguir en pijama o porque no se habían aseado. No sorprende, ya que la cámara puede hacernos sentir bajo una lupa con reflectores.  Lo que perdemos al reunirnos virtualmente sin podernos ver es probablemente más de lo que ganamos. Vernos nos ayuda a entrar en confianza, permite hacer más entretenida la sesión e invita a interactuar más, entre otras cosas. En mi experiencia, apagar la vista propia me permite participar con la cámara prendida sin sentirme observada. Como docentes es importante negociar un acuerdo con los estudiantes para usar más la cámara. Podemos aprender a usar filtros, si no queremos mostrar nuestra vivienda y, sobre todo, ser más naturales y reconocer que estudiar y trabajar desde casa puede ser una experiencia desordenada.