El momento personal que vive Juan Carlos I, el rey emérito de España, debe ser el más complicado que le ha tocado vivir hasta este momento en su vida ahora octogenaria (82), incluso superando al momento de su renuncia a la Corona en 2014, luego de que su imagen se viera seriamente mermada al difundirse una foto que lo mostraba como un rey frívolo e insensible al posar teniendo como fondo a un elefante muerto por la práctica de cacería en Bostwana en 2012.

Sin saber los españoles acerca de su paradero, Juan Carlos, creyó que al dejar el país atenuará las puyas antimonárquicas que ahora no cesan de pedir la abdicación del rey Felipe VI, su hijo. Lo cierto es que por hacerlo no ha logrado que la opinión pública lo vea como un acto de elevado altruismo por salvar a la Corona, abrumada por imputaciones de corrupción en gran parte de la Familia Real.

La imagen de un joven monarca que asumió la jefatura del Estado -22 de noviembre de 1975-, a las 48 horas de la muerte del general Francisco Franco, que gobernó España (1936-1975), precisamente para darle al país el equilibrio que necesitaba para iniciar su camino a una democracia que él debía allanar y asegurar, parece haber sido olvidada por gran parte de los españoles.

No creo que el misterio por conocer el lugar en que se halle Juan Carlos se deba a la preocupación por cuidar su salud o su tranquilidad dada su longevidad. No. Debe serlo por un asunto judicialmente estratégico por la única razón que creo es por la cual dejó su país: buscar el asiento territorial idóneo para evitar un proceso de extradición que sus enemigos políticos deben estar alistando para que sea sentado en el banquillo de los acusados y responda por un cuestionamiento en las finanzas reales que son las del Estado.

La hora menguada para un monarca que no merecía este crepúsculo para su vida pero que él mismo por sus actos así lo ha enrumbado. La de hoy es la foto de un elefante sobre un rey derrumbado.