“Grosero, malvado, la hez del vulgo, tienes voz de trueno, elocuencia imprudente, gesto maligno, charlatanismo de mercado. Créeme, posees cuanto se requiere para gobernar Atenas”, decía el orador Demóstenes sobre el escultor Agorácrito en la antigua Grecia.
Este retrato, aunque exagerado, parece encontrar ecos inquietantes en el panorama político peruano actual.
Hoy, nuestra coyuntura nos muestra un dispositivo de poder plagado de figuras cuya mediocridad y falta de escrúpulos desilusionan a una ciudadanía que demanda liderazgo y visión. Si bien el Congreso ocupa el lugar central en el cuestionamiento, los problemas no se limitan a este órgano. El Ejecutivo, los gobiernos regionales y locales también están marcados por improvisación, populismo y ausencia de planes serios que puedan responder a las múltiples crisis que enfrentamos.
Este 2025 es preelectoral y muchos querrán ser autoridades un año después. Y lo peor, algunos querrán ser reelegidos, pese a haber hecho gala de incapacidad y rapacidad.
El Congreso, en particular, ha mostrado un actuar penoso. La naturaleza transitoria de su labor parece haber dado lugar a una visión cortoplacista y carente de preparación. Las medidas que propone suelen estar impregnadas de populismo, diseñadas para el impacto inmediato sin considerar sus consecuencias a largo plazo. Esta falta de seriedad no solo socava su credibilidad, sino que profundiza la desconfianza generalizada en las instituciones democráticas.
Y cuando suceden situaciones tan lamentables y deplorables como las que suceden hoy en nuestro país, aparece la sensación que ciertos políticos alientan esta crisis para que los buenos y más capaces se desanimen y estén ellos solos.