La reunión de presidentes de Sudamérica llevada a cabo días atrás en Brasilia por iniciativa de Lula da Silva no ha sido más que una vergonzante lavada de cara al impresentable de Nicolás Maduro y a la dictadura venezolana, que ha recibido un balón de oxígeno luego de haber estado por varios años en condición de apestada y paria por los graves atentados contra los derechos humanos que comete y la crisis económica, social y humanitaria que vive el país caribeño.

Las críticas a esta patada a la democracia y a las libertades ejecutada en la capital brasileña no solo vinieron del mandatario uruguayo Luis Lacalle Pou, quien como ya es su sana costumbre, cuestionó duramente a la tiranía venezolana y a su cabecilla, y esta vez también a Lula, su promotor internacional, en momentos en que Maduro apenas podía salir de su país por temor a ser arrestado por su condición de maleante.

Cómo habrá sido de terrorífico este encuentro en el que no podía estar ausente el exguerrillero colombiano Gustavo Petro, que hasta el chileno Gabriel Boric, un amigo del golpista peruano Pedro Castillo que está al frente de un gobierno socialista, marcó distancias y reiteró que la dictadura que vive Venezuela por culpa del chavismo no es una “construcción narrativa” como dice Lula, sino una realidad dura que se traduce en una masiva y precaria migración de ciudadanos.

El presidente Boric ha dicho esta verdad a pesar de que sabía que, tal como está sucediendo, la izquierda latinoamericana, incluyendo a la facción surrealista que vive en Miami o Washington criticando al capitalismo del que disfrutan todos los días, se le iba a venir encima. Para esta gente, el antes querido mandatario chileno es ahora poco menos que un asalariado de Joe Biden, todo por criticar al hampón de Maduro y a su escudero Lula.

Es una lástima que el salvo algunas excepciones, la mayoría de países de la región haya caído en manos de mandatarios aliados de Maduro y su tiranía. Sin duda se ha retrocedido en materia de respeto a las libertades y los derechos humanos. Los ahijados políticos de Fidel Castro y Hugo Chávez están vivitos y coleando, y queda combatirlos con las herramientas que permite la democracia, antes que terminen de destruirla.

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