Guido Bellido pidió al Parlamento la confianza. Pedro Castillo no ayudó cuando rechazó el cambio de ministros con trayectoria dudosa para ser investidos por falta de idoneidad. La precoz soberbia presidencial contradice el discurso unitario para la gobernabilidad. Hay en el escenario un posible cierre del Congreso si se niega la confianza a dos gabinetes, aunque varios ministros tengan ya un enorme desgaste personal y la investidura no esté ganada. Pero la amenaza no es un método para gobernar un país que necesita de los mejores para hacer frente a la pandemia sanitaria y a la crisis económica cuyo principal flanco es el desempleo y su secuela de hambre y delincuencia. La política que presentó Bellido al Congreso parecería aceptable por su moderación pero las generalidades no producen credibilidad, las dudas se reflejan en las encuestas en torno a objetivos poco realizables si no cuentan con los que más saben. Su populismo ya no tiene el monopolio de la protesta en las calles, demasiados manifestantes se oponen a una nueva Constitución que en lugar de construir un país unitario podría ser un elemento disruptivo y fomentar enfrentamientos sociales y culturales de los que se obtendrían solo desventajas. Ya no son el único «pueblo real» ni pueden arrogarse su representación justa y decente. Nadie unifica silenciando o desacreditando a quienes los rechazan o los critican. La prepotencia une y ya no existe un pueblo homogéneo en cuyo nombre puedan hablar. Solo habrá unidad para la gobernabilidad si convocan a los mejores para hacer realidad las promesas y lo que el país espera. A comenzar por que el presidente cambie a los ministros observados. El gabinete recibió la confianza por mayoría, pero ella no implica que el pueblo los apruebe mayoritariamente o crea en ellos. Deberán conseguir legitimidad con acciones concretas en beneficio del país porque la represión, la distracción o la palabrería no convencen.