El 28 de julio, día de nuestras Fiestas Patrias, fueron las elecciones en la República Bolivariana de Venezuela en las que se eligió, entre 10 candidatos, al presidente del 2025 al 2031.

El  escenario polarizado centró la disputa entre Nicolás Maduro del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), por un tercer período, y Edmundo González Urrutia por la coalición Plataforma Unitaria Democrática.

El Consejo Nacional Electoral (CNE), el 29 de julio, con el 80% de mesas escrutadas, señaló ganador a Maduro por 51.20% contra 43.18% de Edmundo Gonzales. El  2 de agosto, Maduro obtiene 51.20% frente al 44.20% de Gonzales. La oposición reclama una victoria de 67% a 30%, asegurando tener 24.000 copias de actas aunque no las ha mostrado.

Venezuela, por su petróleo, es el centro de una fuerte pugna internacional, cuando en el mundo avanza la multipolaridad. Estados Unidos es el principal responsable de su crisis económica y migratoria, al propiciar y sostener un bloqueo ilegal de sus cuentas financieras y comerciales en el mundo. Es lamentable el papel de la diplomacia peruana que ha perdido su independencia política al jugar un penoso papel de cancerbera.

La táctica de agitar el fraude es repetitiva en Venezuela.

Venezuela necesita construir una economía que se independice del petróleo, su “maldición de los recursos naturales” parafraseando a J. Stiglitz, así como combatir efectivamente las manifestaciones de corrupción en su gobierno y país. Su CNE, para callar todas las voces en todos los idiomas, debería mostrar resultados y actas electorales. Nuevamente la democracia de Venezuela está en juego.

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