Cuando hay algo difícil de imaginar, como por ejemplo cómo sería un colegio de vanguardia siglo XXI, la imagen de la gente se apega a lo conocido, tradicional, convencional, porque eso les da seguridad. Pero a la vez, eso frena la capacidad de innovar de quienes sí logra imaginar mejores alternativas, lo que además puede beneficiar a todos.

El rol del Minedu no debería ser el de frenar la imaginación, sino alentarla, dándole alas a quien pueda volar. A la larga, eso beneficia a todos, porque basta que uno evidencie que se pueden hacer las cosas bien de una manera distinta a las conocidas, para que amplíe el imaginario común e inspire a los demás.

Ese fue el rol de los teléfonos frente al telégrafo, del email frente al correo manual, de la cámara digital frente a la de película, la tomografía frente a los rayos X, los carros eléctricos remplazando los de gasolina, y lo están siendo las propuestas educativas que amarran el aprendizaje con la motivación y el disfrute de los estudiantes, y que logran una convivencia basada en el bien común más que en la competencia individualista orientada a producir ganadores y perdedores. Es aquella educación en la que el conocimiento siempre es interdisciplinario, frente al tradicional currículo segmentado por disciplinas y la enseñanza basada en exámenes y notas que nos hereda la escuela tradicional.

El MINEDU debiera ofrecerle a la comunidad esa oportunidad de ampliar su imaginario de lo que es una educación de calidad, fomentando la innovación educativa sobre la base de una autonomía que precisamente les permita realizar sus proyectos.

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