Otra vez ayer, por undécima vez, el presidente de la República, Martín Vizcarra, repitió la frase de defensa a la que apela como el acorazado que lo salvará de la ofensiva: “¿Qué hubiera pasado si no hubiéramos hecho nada?” El mandatario ha dedicado, en cada monólogo en Palacio, o en la oportunidad que haya tenido, junto a su ministro de Salud, Víctor Zamora, este sambenito que aburre por su recurrencia, que tiene componentes de marketing político y que se erige como la única estrategia de defensa para esconder bajo la alfombra el fracaso absoluto de la mayoría de las decisiones del gobierno. Sin duda, Vizcarra se refiere a la declaración de la emergencia y el inicio de la cuarentena. Más allá de esas lógicas decisiones, si han habido esfuerzos, no han alcanzado. El incremento del número de camas hospitalarias y de UCI se han visto rebasadas por el avance incontenible de la enfermedad. El hospital emblemático de Ate fue un fiasco (¿un hospital emblemático con 20 camas UCI?). Las torres de la Villa Panamericana no se dan abasto. No hay oxígeno, médicos intensivistas, espacios en emergencia y un largo etcétera. Pero al presidente se le ocurre convocar al Acuerdo Nacional, que se creó en julio de 2002 para perfilar políticas de Estado de largo y mediano plazo y que en 18 años no ha servido virtualmente para nada. Ha sido así porque sencillamente los partidos que acuden suelen tener un magro nivel de representación social y sus reuniones se pierden en la desesperante dinámica de lo evaluativo. El AN ha sido un fantasmagórico foro de debate y conversación, inocuo y sobrevalorado. Por eso llama la atención que en un contexto grave y de urgencia, con miles de dramas dentro y fuera de clínicas y hospitales, se le convoque. Es como planchar el uniforme del bombero en pleno incendio. Por si fuera poco, ante la cadena de errores, Vizcarra invoca a la unidad y recuerda la Guerra del Pacífico. No, presidente, la tregua terminó. No tenemos que estar eternamente agradecidos porque por lo menos hizo algo. No asumió el poder para eso. No vuelva a decir esa frase infeliz que ofende a los deudos de más de dos mil víctimas, asesórese mejor y sacúdase de la medianía y mediocridad presente en cada una de sus decisiones. No nos haga pensar que su ineficiente liderazgo conduce esta guerra al mismo infausto final de la Guerra con Chile.

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