De sopetón, pregunté a mi prima Blanca, una maestra por convicción y vocación, ¿cuáles son las dos principales cualidades que debe reunir el perfil de un buen profesor? Sin pensarlo un segundo contestó: “Colega que no es didáctico y carece de metodología, o sea adolece de arte para enseñar, simplemente enfrentará muchos problemas para calar en el entendimiento de los alumnos”. Más claro no canta un gallo.

Y nos interesa entrar en estas definiciones porque tenemos un jactancioso “maestro de escuela rural” en Palacio de Gobierno que, al estilo Alejandro Toledo, va a requerir un traductor de sus trabalenguas políticos para que el “pueblo” pueda entenderlo. Por ejemplo, hasta ahora no sabemos si el pollo que llevaba el niño estaba vivo o muerto. El señor Pedro Castillo debe saber que para narrador de cuentos también se necesita clase.

Esa lejanía con el arte del buen decir volvió a evidenciarse cuando el mandatario arremetió contra los transportistas en paro y los acusó de “malintencionados” y “comprados”. Como era de esperarse, las críticas se viralizaron bajo el alegato de que la vaca no se acuerda cuando era ternera (dirigente sindical que, incluso, hacía teatro arrojándose a la pista) y tuvo que recular, con perdón incluido. Pero la sangre ya había llegado al río.

Alguien podría decir que Maradona fue el mejor jugador del mundo, pero como “profe” no dio pie en bola. Es verdad, nada garantiza que un buen futbolista sea un excelente entrenador, sin embargo, pensando en el Perú país, sí requerimos un Presidente que como mínimo no sea un hazmerreír permanente con micrófono en mano, amparándose en la victimización, el clasismo y la cantaleta de una nueva Constitución como la gran panacea. Así no juega Perú.