A sólo 24 horas de un reciente movimiento telúrico en Mala, sur de Lima, de magnitud 4.9, al recordar hoy 52 años del terremoto del 31 de mayo de 1970 en la ciudad de Yungay, no faltan quienes para no pasar desapercibidos sueltan la inminencia de un evento telúrico de proporciones apocalípticas.
El contexto, entonces, nos recuerda cómo 75 mil personas murieron por el terremoto de magnitud 7.9 en esta ciudad andina de nuestro país, que fue seguido por el desprendimiento de una ciclópea parte de hielo de la parte norte del nevado de Huascarán que formó una indetenible masa con lodo y piedra que arrasó con todo lo que había en su camino, sepultando en segundos a toda los habitantes. El aluvión nos dejaría para siempre el trauma andino de perder tantas vidas humanas en instantes.
Tan solo 4 años antes, el Reino Unido había sido estremecido por una avalancha en el pueblo minero de Abertan, Gales, que sepultó a 144 personas, 116 eran niños que se hallaban en la escuela en el instante de la tragedia. En Yungay sobrevivieron cerca de 300 personas, entre niños y adultos, por hallarse en las partes altas de la ciudad, como pasó con los que pudieron llegar hasta el cementerio y los niños que se hallaban en un circo en el lado opuesto al alud. El terremoto puso a prueba el principio de solidaridad internacional.
Rescatistas, médicos y paramédicos de los cinco continentes se hicieron presentes para encontrar sobrevivientes en una ciudad embalsada y en la que solo 4 palmeras quedaron hasta hoy como testimonio de la cruel sepultura De hecho, muchos niños perdieron a sus familias completas y fueron adoptados por otras de buena voluntad de diversas partes del mundo.
Una consecuencia de la tragedia fue la creación en 1972 del Instituto Nacional de Defensa Civil – INDECI –dependiente del Ministerio de Defensa- que viene cumpliendo, a mi juicio, una gran labor,. Los peruanos aprendimos de ese tristísimo episodio que nos enlutó por largo tiempo y en los últimos tiempos asistimos a esforzadas políticas de gestión de desastres que requieren ajustes permanentes. Aún falta llegar a una toma de conciencia nacional mayoritaria sobre cómo debemos encarar infortunios como el de Yungay, que ni la furia futbolera por nuestra participación en el Mundial de México 70, pudo aplacar el llanto que nos sumió los incontables muertos del trágico evento de la naturaleza.