Lima no fue siempre la capital del asfalto, del tránsito endemoniado, de los ambulantes y de los cerros invadidos. Hubo una vez una fiesta de todas las razas en el Rímac que, al son de la zamacueca, los anticuchos y los caballos de paso, agradecía a la naturaleza la alfombra de flores amarillas que cubría sus lomas.
Es la flor de Amancaes que, por ventura de la naturaleza, resplandecía durante cuatro días en suelo limeño gracias a la humedad y la garúa, pero que desapareció bajo el asfalto, las combis y las esteras.
La flor de Amancaes ya no existe en Lima centro. En su lugar está la urbanización “El Bosque” (Rímac) y una veintena de asentamientos humanos. La festividad de San Juan que se realizaba el 24 de junio en su honor es solo un recuerdo que la comuna rimense intenta reverdecer hoy con un proyecto interinstitucional.
Iniciativas. Hace dos meses, el alcalde del Rímac, Enrique Peramás, anunció el retorno de la Fiesta de Amancaes para este 24 de junio con un pasacalle criollo, a fin de devolver a sus vecinos la vieja tradición. Pero también prometió el renacimiento de la flor de Amancaes.
El gerente municipal de ese distrito, Juan Carlos Cavero, adelantó a Correo que el proyecto busca devolver a la flor su viejo espacio, y se evalúa replantarla en la parte superior de las lomas de San Jerónimo, considerada zona intangible y que hoy forma parte de un circuito ecológico y turístico promovido por la comuna.
El profesor Héctor Aponte, de la Universidad Científica del Sur, que está a cargo del grupo de investigación sobre el rescate de la famosa flor, admite que esta se halla “bajo amenaza” de extinción, pero que puede ser recuperada en un sitio adecuado tras concientizar a los vecinos sobre su conservación.
Para esa labor se debe obtener el germen de la semilla de la flor de zonas donde aún crece, como Pachacámac, y reinsertar los bulbos en viveros para luego ser replantadas.
Para el primer estudio se espera conseguir mil bulbos.
Sin embargo, la comuna rimense aún no puede garantizar que la actual zona intangible deje de serlo. Cavero reconoce que la lucha contra las invasiones es “casi diaria”. Solo en las lomas de Amancaes, el 50% son familias posesionarias.
Amenazado. Correo visitó San Jerónimo, cuyas cumbres ya reverdecen pese a que en sus faldas unas cinco mil personas han asentado sus viviendas. La naturaleza se resiste a morir, y en el asentamiento humano Horacio Zeballos siguen creciendo entre las viviendas algunas flores silvestres.
Los dominios del apu San Jerónimo están en la cumbre, donde quedan aún vestigios arqueológicos del curacazgo de Amancaes y hay una gran extensión de farallones rocosos rodeados de mitos, taras, cactus, ortigas negras, caihuas, papas y tomates silvestres.
Sin embargo, la zona ya fue invadida por “Ampliación Horacio Zeballos”, con 30 familias que han convertido el proyecto del biohuerto de flores de sus vecinos más antiguos en una canchita de fútbol.
“Queremos conservar las lomas, pero esa gente no”, dijo la dirigente de Horacio Zeballos, Haydee Cerrón, quien junto a los directivos de los asentamientos San Sebastián, Santa Rosa y Los Jardines recibieron talleres sobre la protección de las lomas, tras la advertencia del Instituto de Defensa Civil (Indeci) sobre el peligro de construir más arriba. La “intangibilidad” es de nombre, pues en octubre de 2014 los vecinos sacaron de las lomas de Amancaes 40 sacos de basura orgánica.
El otro edén. Pachacámac, a diferencia del Rímac, aún mantiene la flor de Amancaes en sus lomas gracias a un programa de conservación promovido por la municipalidad de la zona, la empresa Cementos Lima y la ONG Valle Verde. Para ese fin se invirtieron S/.2 millones.
Hoy, a solo 35 km de Lima, resplandece la flor amarilla en las lomas de Lúcumo, cuyas 120 hectáreas son intangibles. Pero esa labor, según reconoce el alcalde Hugo Ramos, la empezaron los mismos pobladores de Quebrada Verde.
Hoy las lomas de Lúcumo tienen guías turísticos, un Centro de Interpretación que informa sobre las lomas, un restaurante y folletos de promoción.
El recorrido es de 3 a 5 horas y se pueden apreciar vizcachas, zorros, cernícalos, águilas, caracoles, lagartijas y hasta se puede escuchar el trinar de las aves por 30 minutos ininterrumpidos en la “Quebrada de la Sinfonía”.
También hay un centenar de variedades de flora, como la tara, molle, lúcuma, huarango. En otoño tiene unos 16 mil visitantes. Solo mil van por los amancaes.
Ramos reconoce que la lucha contra las invasiones fue titánica, pero ahora la zona está protegida en sus linderos gracias a que Cementos Lima tiene en la parte inferior el “Santuario de Pachacámac”, donde se conservan estas flores bajo estricta vigilancia. Pero también está el celo de los mismos pobladores.
“(Ellos) han visto en esto un margen de mantenimiento. Hay una especie de desarrollo de turismo sostenido y sustentable que da empleo a los chicos. Nosotros lo promovemos. No damos planos visados en zonas de protección paisajística”, comentó Ramos.
Alfredo Castillo, fundador de la Asociación del Circuito Ecoturismo de las lomas de Lúcumo, nos muestra la zona. “Rímac puede obtener las semillas de amancaes de Pachacámac”, dice mostrando las primeras flores amarillas nacidas entre las rocas.