Las representaciones artísticas de la crueldad y la violencia no causan el mismo efecto que la crueldad y la violencia misma. Saber que un asesinato o un bombardeo o una violación están ocurriendo en estos momentos causa en nosotros indignación, rechazo, tristeza, llanto y rencor. Al menos, mientras duren las noticias, podremos recordar cuánto de humanidad nos queda. Por el contrario, cuando leemos una novela sobre la tortura y el asesinato de una persona, de seguro nos interesa saber qué más sucede. La violencia y la crueldad contenida en una novela es una representación que por supuesto no causa daño alguno; es decir, la persona asesinada jamás sufriría las torturas que su victimario le infringe. Pero las personas que ahora son asesinadas por un ajuste de cuentas sí sienten llegar sobre sus espaldas las balas que su sicario acaba de destinarle.
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Ahora bien, en ocasiones la representación de una escena llena de violencia exige el sufrimiento del lector. Hay narraciones que lo hieren, lo perturban y le hacen desviar la mirada, pues sienten la agresión del novelista. Como señala Ovejero, “no es una coincidencia, no es un efecto secundario indeseado del arte, sino su objetivo”. No pienso que Luis Fernando Cueto haya planificado malignamente el sufrimiento de sus lectores; pero, de lo que sí estoy seguro es que con COSECHA DE TIBURONES inicia un proceso complejo de constantes interpelaciones en el que el lector pondrá en tela de juicio los valores y los principios sobre los que alguna vez cimentó su humanidad.
Violencia y corrupción política
Bandas criminales, sicarios, extorsionadores, policías corruptos y políticos desesperados por el poder son los personajes que habitan el universo creado por Luis Fernando Cueto; todos ellos están sumidos en un discurso vulgar, cruel y violento. Por momentos aparecen voces disidentes que ante la indignación quieren hacer lo correcto; pero, al final, no duran mucho y se allanan a las voluntades del poder. “Los atracos exigen mucho y dan muy poco. Es un trabajo relámpago, de apenas un pestañeo, miras a un lado, disparas y ya está. ¿Qué dices, te apuntas o no? Se vino conmigo”.
La corrupción es un dispositivo que se presenta de manera transversal en la novela y que dinamiza toda la violencia descrita por el narrador. COSECHA DE TIBURONES nos permite pensar sobre cómo los mecanismos del poder, además de envilecer y degradar a la humanidad, logran que todo el aparato socio político se convierta en un engranaje del que parece imposible escapar. La corrupción de las autoridades políticas, por ejemplo, no solo se manifiesta como una voluntad individual, ni como la ambición de alguien deshonesto; el corrupto es aquí la materialización de una marioneta movida por los hilos de un sistema perverso que manipula y violenta, sobre todo, a las voces subalternas. En este sentido, llame como se llame el candidato de turno, si este cuenta con un fondo económico muy significativo para su compaña ya es parte del engranaje corrupto.
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Una narrativa violenta y transformadora
COSECHA DE TIBURONES es el ejemplo de cómo la violencia contenida en una novela responde al deseo de provocar una reacción en el lector, romper su pasividad, hacerle reflexionar o al menos escandalizarle. Es una crueldad que pretende un cambio durante la recepción de la obra o tras haber concluido esta. La narrativa de Luis Fernando Cueto logra ese proceso ofensivo y transformador que cuestiona cómo se da la violencia y la corrupción en nuestro país; “El viento se llevó el polvo y el eco de los disparos, y él pudo escuchar más voces, muere, muere, te amo, te amo”.
Una novela no debería ofrecer un mensaje esperanzador, sobre todo, si el espectro de lo real es cada vez más violento. Lo que sí creo es que la novela debe ofrecer un discurso narrativo honesto y crítico, disfrazado en los recursos de la ficción. La novela de Luis Fernando Cueto es principalmente eso, una novela, y así debemos juzgarla. Más allá de que nos permita cuestionar el problema de la violencia y la corrupción, su mérito principal reside en cómo la configuración del lenguaje ha permitido que logremos internalizar una problemática tan difícil y compleja que muchas veces las noticias no logran desafiarnos.
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Jacques Ranciere señala que la reacción ordinaria a las escenas de horror en el arte sería cerrar los ojos. El espectador debería sentirse culpable de observar una escena violenta siempre y cuando el estado de culpabilidad se instalase mucho antes para que la imagen pueda producir en él ese mismo efecto de culpabilidad. Si la culpa no está previamente instalada, el espectador solo rechazará la imagen por considerarla intolerable, pero no tomará consciencia de ello. Con la lectura de COSECHA DE TIBURONES la culpabilidad ante la problemática abordada por Luis Fernando Cueto comienza a instalarse en nosotros. Y eso, gracias al lenguaje.