“Las páginas de este libro son mágicas. ¿Sabes por qué? Porque nos hacen recordar que, en medio de la fantástica vida de un niño, existen vacas interespaciales, helicópteros de perros, hormigas acuáticas y pulpos con brazos más largos que mangueras de bombero.” Así nos presenta Jimena Arévalo Santa María al fantástico libro “El mundo de Simón”.
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Y no deja de tener razón, pues “El mundo de Simón”, escrito por el polifacético artista Jorge Segura Díaz y publicado recientemente por Nectandra Ediciones, es un libro mágico. Lo es por el mundo imaginario que discurre en cada uno de sus relatos y también por los viajes a los que nos transportan sus coloridas páginas. Autor y editor han hecho un magnífico trabajo.
El mundo de Simón
Este hermoso libro está organizado en dos partes: “Érase una vez” y “Mi mirada”. La primera parte está conformada por dieciséis relatos; la segunda, en cambio, solo por ocho. No obstante esta división y la autonomía de cada relato, lo verdaderamente particular de este libro es que sus historias guardan estrecha conexión en torno a una unidad mayor.
Esa unidad mayor es una especie de macrohistoria en la que se entrelazan y complementan los mundos personales con los mundos de nuestros seres cercanos. Pero, como si ello no fuera suficiente, en medio de esos mundos y de sus conexiones, subyacen sentidos de mayor trascendencia para nuestro paso por este mundo.
A medida que leía cada historia, resonaban en mí las palabras de la escritora e investigadora argentina María Rosa Lojo: “Lo importante es acceder a la literatura por alguna puerta que despierte la imaginación y satisfaga la búsqueda de sentido”. Y eso es justamente lo que produce “El mundo de Simón”, de Jorge Segura Díaz.
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Érase una vez
Así se titula la primera parte de este libro. Los dieciséis relatos que lo conforman giran en torno a la vida de un niño llamado Simón: la evolución de su vida, la conexión con su hermano menor, los aconteceres de sus amigos, el recuerdo del primer amor, sus poéticos juegos, sus sueños e imaginaciones, sus fantásticas creaciones, su vínculo con la ciudad, etc.
Pero, en medio de todo ello, Simón nos comparte su sensibilidad para con los demás. Y qué mejor forma de hacerlo que mediante la descripción o narración altamente simbólica. Es el caso de “Laurita” (pp. 16 y 17) o de “Los niños pobres” (pp. 32 y 33).
En “Laurita”, tras la figurativa imagen de una niña subyace el reclamo a vivir plenamente la etapa de la niñez. Y, en el caso de “Los niños pobres”, la ironía nos devuelve la consciencia: “Qué pena que me dan los niños que duermen en las calles o sobre las bancas de los parques. Quisiera ayudarles y darles todo lo que tengo. Pero lo único que tengo es una banca sucia de parque para dormir.”
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Mi mirada
En la segunda parte del libro, titulada “Mi mirada”, Simón sale de su mundo personal para observar y apreciar su entorno, pero siempre con esa libertad imaginativa que caracteriza a los niños. Pero, ojo: nuestro protagonista no se queda en una actitud de contemplación. No. Simón es un niño que, además de sensibilidad, tiene una mirada interrogativa, reflexiva y crítica, con un sutil toque de humor.
Para muestra, un botón: “Yo no le temo a las lagartijas, ni ellas me temen a mí. ¿Por qué a los niños no nos crece cola como a ellas? Las lagartijas a veces me dan pena, porque son más pequeñas que nosotros y nadie las puede consolar cuando se quedan sin cola. ¡Huy! ¿Será, por eso, que no tenemos cola como las lagartijas?”
Como podrán darse cuenta, tras de las breves historias hay trascendentes interrogantes. Sin embargo, la sencillez del lenguaje, la calidez de los colores y la pertinencia de los dibujos hacen que estas interrogantes se internalicen de manera amena, fantástica y didáctica.
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Ver con el pensamiento
El maestro Jorge Segura Díaz, en “El mundo de Simón”, configura a un niño observador, preguntón y reflexivo. Pareciera que su propósito va más allá de contarnos sus historias. Y, por eso, conjuga con armonía los lenguajes: palabras, colores, dibujos, espacios, etc.
En este libro, por ejemplo, los dibujos y los colores no solo sitúan al lector. Desde mi punto de vista, abren una ventana infinita a la contemplación y a la reflexión. Es como “ver con el pensamiento”. Y, como si eso no fuera suficiente, Jorge Segura usa los finales de sus relatos para tocarnos el hombro y darnos de vuelta a la realidad.
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Pareciera decirnos que podemos imaginar y soñar todo lo que queramos, pero que siempre volvamos la mirada a la realidad, porque es esta la que necesita de nuestra imaginación y de nuestra sensibilidad para vivirla mejor.
Cito, una vez más, las palabras de Jimena Arévalo Santa María, con respecto a este colorido y aleccionador libro, y con ella digo: “Es mi deseo que su magia toque el alma de cada lector, para recordarle su inocencia, su ternura y las infinitas emociones que conserva quien, a pesar de la adversidad, se comporta como un verdadero héroe; no por el hecho de salir siempre victorioso, sino porque cree con todo su corazón.”
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