En CHICAS MUERTAS, más allá del empleo de cualquier recurso estilístico, hay un propósito claro: desea mostrarnos una realidad violenta y cruel; por eso, su escritura es el medio eficaz para denunciar la brutalidad de un sistema machista que asesina mujeres.
En CHICAS MUERTAS, más allá del empleo de cualquier recurso estilístico, hay un propósito claro: desea mostrarnos una realidad violenta y cruel; por eso, su escritura es el medio eficaz para denunciar la brutalidad de un sistema machista que asesina mujeres.

La periodista argentina Leila Guerriero (2018) señala que el periodismo narrativo es “aquel que toma algunos recursos de la ficción —estructuras, climas, tonos, descripciones, diálogos, escenas— para contar una historia real que, con esos elementos, monta una arquitectura tan atractiva como la de una buena novela o un buen cuento”. En 2014, la escritora Salva Almada publicó CHICAS MUERTAS, un libro de crónicas en el que se abordan casos de feminicidios en Argentina. El trabajo de Almada comprende una investigación sobre mujeres asesinadas en los años ochenta; principalmente, tres crímenes que siguen sin resolver. En CHICAS MUERTAS, su autora emplea algunos recursos de la ficción para que sus historias logren tener una arquitectura tan atractiva como la literaria. Esto último plantea discutir sobre la forma en que debe tratarse el tema de la violencia.

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En el caso de Selva Almada, más allá del empleo de cualquier recurso estilístico, hay un propósito claro: desea mostrarnos una realidad violenta y cruel; por eso, su escritura es el medio eficaz para denunciar la brutalidad de un sistema machista que asesina mujeres. En palabras de Martín (2015), “la brutalidad no puede ser contada con ñoñería, con remilgos o con ocultamientos: tiene que ser contada con brutalidad. Selva Almada quiere herir al lector, y lo hace sin exuberancias ni efectismos. El encarnizamiento en realidad no lo pone ella. Está en la vida que nos muestra”. Las protagonistas de CHICAS MUERTAS, como se mencionó, son tres mujeres asesinadas en los años ochenta. La primera se llamó Andrea Danae, una joven de 19 años, asesinada el 16 de noviembre de 1986. Ella fue apuñalada en su cama, mientras sus padres dormían en el cuarto vecino. La segunda víctima se llamó María Luisa Quevedo; ella fue violada y estrangulada el 8 de diciembre de 1983 cuando apenas tenía 15 años. Finalmente está Sarita Mundín, una joven de 20 años asesinada entre el 12 de marzo y el 29 de diciembre de 1988. El libro de Almada, en este sentido, aborda la violencia machista sin la demagogia que caracteriza a los otros discursos; su literatura muestra de forma reflexiva los diferentes conflictos que conviven en nuestra realidad.

Una narrativa de la violencia. Selva Almada narra principalmente las historias de Andrea, María Luisa y Sarita, pero en su investigación añade un sinnúmero de casos semejantes al de otras mujeres asesinadas, maltratadas o humilladas en circunstancias similares. “Ella lo denunció por violación. Hacía tiempo que, además de golpearla, la abusaba sexualmente. A mis doce años, esa noticia me había impactado muchísimo. ¿Cómo podía ser que el marido la violara? Los violadores siempre eran hombres desconocidos que agarraban a una mujer y se la llevaban a algún descampado o que entraban a su casa forzando una puerta”. Entonces, CHICAS MUERTAS evidencia las diferentes manifestaciones de violencia que día a día sufren las mujeres, no solo aquella que es ocasionada por psicópatas y delincuentes, sino —como revela el fragmento anterior— por la persona más confiable en el ámbito familiar.

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Ahora bien, en relación a los tres casos principales, Selva Almada realiza un trabajo de investigación que le permite acercarse al malestar de los familiares y quizá al de la propia víctima. En la lectura de esta crónica, como lectores notamos el malestar de Almada por lo sucedido, sobre todo cuando trata de pensar en lo que sufrió cada una de ellas. “Andrea se habrá sentido perdida cuando se despertó para morirse. Los ojos, abiertos de golpe, habrán pestañeado unas cuantas veces en esos dos o tres minutos que le llevó al cerebro quedarse sin oxígeno”. Al final, la autora manifiesta el mismo pesar que atraviesa todo el libro: “Ahora tengo cuarenta años y, a diferencia de ella y de las miles de mujeres asesinadas en nuestro país desde entonces, sigo viva. Sólo una cuestión de suerte”.

En CHICAS MUERTAS

su autora confronta directamente la cruda realidad acerca de los feminicidios, no solo cuando aborda el hecho mismo y las circunstancias a partir del testimonio de los familiares y amigos; para Almada también habría que pensar en el sinnúmero de mujeres que en la actualidad siguen sufriendo violencia de género y no encuentran la justicia que por lo menos indiquen que sus muertes no fueron en vano. La realidad descrita por Almada en CHICAS MUERTAS no es lejana a la de otros países latinoamericanos. En el Perú, por ejemplo, en los dos primeros meses del 2024 ya se reporta la lamentable cifra de 23 feminicidios.

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