Rossella Di Paolo, una de las voces más singulares de la poesía peruana, respondió un cuestionario de Correo sobre su obra y, por supuesto, la pandemia que nos hizo volver a mirar nuestra condición humana.

¿Cómo fue la relectura de los poemas de “Piel alzada”?

Los releí con miedo. Una ya no es la misma 26 años después y la autocrítica ha crecido. Pero mientras avanzaba, iba introduciéndose en mi vieja piel y comprobando que aún había lugar para mí.

Volver a “Las altas distancias”, en estos días de aislamiento, te recarga de optimismo: volveremos a rozar los dedos con las personas que queremos...

Gracias por esa lectura en medio de la pandemia. Es como si los versos, por tu mirada, hubieran adquirido una vida nueva, una nueva posibilidad de significar… Esto es lo que siempre ocurre con cada lector, pero en las actuales circunstancias me conmueve.

El mar es una marca de tu poesía. ¿Esta crisis también te ha alejado de contemplarlo?

Lo extraño. Me enteré por fotos en los diarios o por los noticieros que han vuelto muchos pájaros a la costa. Me hubiera gustado salir para ver todo eso, pero al menos escribí un pequeño poema y quizá fue esa mi forma de verlo.

¿Cómo estás sobrellevando la pandemia?

Leo más. Estoy embarcada en los capítulos finales de la monumental “Las alas de la paloma”, de Henry James. Una novela minuciosamente caudalosa que parece detener el tiempo, de manera que es como vivir dos cuarentenas a la vez: la del coronavirus y la de esas frases largas y sinuosas que me sostienen sobre la realidad. Pero también he retomado la escritura, sobre todo en estos últimos días. Como si temiera perder este silencio, este recogimiento monacal que no volveré a tener.

Hace unos años, tras publicar “La silla en el mar”, viajaste a Nueva York y se te descubrió un tumor cerebral. Ahora, cuando tenían planeado entregarte el Premio Casa de la Literatura en abril, el país y el mundo se paralizan...

Estuve en 2018 en Nueva York invitada por la poeta Mariela Dreyfus, profesora en la NYU, para hablar sobre Herman Melville, el neoyorquino autor, entre otras obras, de Moby Dick (1851) y de Bartleby (1853), cuyos personajes me fascinaron tanto que los homenajeó en “La silla en el mar”. Di dos conferencias al respecto y todo fue muy bien. Inmediatamente después de volver de Nueva York me descubrieron el tumor. Felizmente era benigno y todo salió O.K. En marzo anunciaron el Premio Casa de la Literatura Peruana. La ceremonia iba a ser este abril… y no pudo hacerse por el coronavirus, como no puede hacerse ya casi nada en todo el mundo. Escribo “todo el mundo” y ya no es una hipérbole. Es la pura y dura realidad.

En este contexto se habla de repensar la forma en cómo vivimos, desde lo personal hasta lo colectivo. ¿Crees que la poesía, la escritura, la literatura en general, sufrirá un cambio después de este virus?

Tenemos que vernos como potenciales asesinos de nuestros semejantes y ver a nuestros semejantes como potenciales asesinos nuestros. Parecemos personajes de una mala novela policial. O una muy buena. Una lúgubremente buena como Edipo rey, donde hasta hay una peste que diezma a los habitantes de Tebas. Si no fuera por los miedos, por las hospitalizaciones, por las muertes, por los trabajos perdidos, yo podría estar bien en este estado de distanciamiento social, como Crusoe en su isla o Bartleby en su frase “Preferiría no hacerlo”, que es una isla en sí misma. Estaría bien en este encierro por sus tiempos largos para leer, para escribir, para lavarme las manos y cada limón o lata de leche o paquete de fideos que traigo a casa. El confinamiento es un estado natural en los que escriben o pintan. Un estado deseable que, de manera egoísta, echaremos de menos cuando acabe y empiece a invadirnos la vida con toda su bulla y espejismos… Echaremos de menos este silencio, este inédito cielo limpio lleno de pájaros. Aparecerán muchos poemas, cuentos, novelas y piezas de teatro que tratarán este tema. Imagino que las cuatro paredes se impondrán en los imaginarios: casas, celdas, jaulas… o tal vez lo contrario: horizontes infinitos. Y las bocas terroríficamente tapadas por un trapo, una máscara, un waipe, una cinta de embalaje. Pero los seres humanos no cambiarán. Su necia angurria está siempre allí.

PERFIL

Nació en Lima en 1960. Estudió Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado “Prueba de galera”, “Continuidad de los cuadros”, “Piel alzada”, “Tablillas de San Lázaro” y “La silla en el mar”.

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