El filósofo César Rendueles nos sorprende desmenuzando el concepto de la “igualdad de derechos” como la solución para acabar con las desigualdades. Conversamos con él, en el marco del Hay Festival Arequipa 2022.
¿Cómo entender este concepto de igualdad de derechos para acabar con la desigualdad? Tendemos a pensar en la igualdad de una manera muy reduccionista, en la que entendemos que lo importante es que todo el mundo acceda a un punto de partida similar, una especie de antidoping social y que cada cual obtenga lo que merece en función de sus talentos. Claro, ese es un concepto de igualdad que sirve para ciertos aspectos, como por ejemplo, la selección de cargos públicos, pero como ideal social, es una visión antidemocrática y muy limitada. No poner un límite a lo que alguien hace, acaba generando sociedades fragmentadas en la que la mayoría se queda atrás y en donde los ricos tienen la capacidad para justificar sus privilegios como el fruto de sus esfuerzos o sus talentos, como si se hubiesen ganado todo lo que tienen.
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¿Hay una deformación entonces a la idea de igualdad? Sí, efectivamente. La igualdad es un ideal político que en nuestras sociedades se mira con mucha desconfianza. La libertad ha corrido mejor suerte, nadie dice que está en contra de la libertad de expresión o de la libertad individual, incluso si lo piensa, se lo calla. Con la igualdad ha pasado algo muy distinto. Hemos ido aceptando que haya gente con fortunas enormes o que haya gente en la pobreza es normal, forma parte del orden natural de las cosas. Pero recordemos que hubo grandes momentos en nuestra historia reciente, en todo occidente, en los que hubo granes reducciones de la desigualdad, cuando se dejó de aceptar que una pequeña élite de ricos tuviera esa capacidad para acumular riqueza. En estos momentos, hay 65 personas en el mundo que tienen igual riqueza como 3 mil 500 millones de personas, la mitad de la población mundial. Es una situación insoportable, realmente.
Las teorías libertarias dicen que cada quien tiene lo que se merece y tiene derecho a disfrutarlo, en contraparte de quienes hablan de la necesidad de repartir esa riqueza. Sí, realmente es llamativo cómo se nos ha metido en los huesos ideales que solo benefician a un grupo de gente. Son conceptos ideológicos que nos han ido convenciendo de que la igualdad es imposible y además es irrealizable, sabemos que es mentira, que los que más tienen es porque es fruto de su esfuerzo. Hay mucha gente, de los que menos tienen, que se esfuerzan muchísimo día a día y no consiguen mejorar.
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Hay dos factores que inciden mucho en esto. Uno son los estados y el otro la ética y no siempre están ligados. Sí, en el caso de los estados, lo que ha habido es una emancipación de la clase política que se ha aliado con las élites económicas y han abandonado a sus representados. Esa es una explicación de la profunda transformación del Estado que ha pasado en las últimas tres décadas, que ha acabado redundando en una ética retorcida, dañina, porque en el momento en que vemos que las instituciones públicas o nuestros gobernantes se comportan de esa manera, lo que se genera es un cinismo social muy grande.
¿Las redes sociales inciden en esa desigualdad? Efectivamente, generan un efecto muy pernicioso, porque en las redes sociales hay profundas desigualdades en el acceso, en la capacidad de influencia, en el tipo de mensaje y en quienes lo controlan. Sin embargo, frente a lo que son los medios tradicionales, generan una sensación de democracia en la que todos tenemos el acceso o los mismos recursos, pero no es verdad, se genera un espejismo y por eso son doblemente perniciosas; mantienen los sesgos tradicionales, pero generan una falta de igualdad.
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¿Y dónde está la moral en este embrollo? Yo creo que está en lo más profundo de cada uno, yo siempre suelo decir que somos mucho más igualitarias que lo que creemos (...)la mayor parte de la gente es mucho más igualitaria, más demócrata de lo que es luego en sus relaciones sociales.
¿Qué le corresponde a cada quién? Yo creo que nos corresponde abrir esa imaginación política y creer en la esencia misma de la democracia, que es atrevernos a pensar de manera conjunta. Dejar de desconfiar del que tenemos a lado y pensar que algún poderoso nos va a dar una solución o una respuesta. Dejar de competir entre los perdedores de este modelo para generar alianzas y vivir más en democracia.