Las manos que alguna vez empuñaron un arma de fuego para hacerse de dinero, hoy solo se dedican a crear para no volver a tocar aquel frío metal que los llevó al encierro. “Estoy pagando mis malas decisiones y desde el inicio me arrepentí de lo que hice, pero todo lo malo quedó en el pasado y no me he dejado consumir por el encierro. Mi mente está enfocada a generar cosas buenas por mi familia”, afirma Miguel Cari, quien lleva 9 años como interno del penal de Socabaya donde aprendió en los talleres productivos del penal el arte de crear a través de las estructuras metálicas y junto a 8 compañeros de celda, elaboran diversos trabajos en metal.
El aprendizaje y su esfuerzo lo han llevado a que su emprendimiento se convierta en empresa y sea reconocida como tal en una ceremonia realizada en el patio del penitenciario, donde junto a otros seis reclusos recibieron su inscripción formal de la Sunarp así como tarjetas de ahorros entregadas por representantes del banco de la Nación, entidades que lo reconocen como pequeños empresarios que pueden acceder a créditos para expandir su empresa nacida en los talleres de las cárceles productiva del Instituto nacional Penitenciario.
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Es el segundo grupo de reclusos que han logrado hacer empresa, los primeros cinco fueron reconocidos el año pasado y entre ellos está Luis Alberto, que ha llamado a su empresa “suspiros de azúcar y canela”; junto a sus cuatro socios son proveedores de alimentos para los 2 mil 87 internos del penal.
Elaboran bocaditos y productos de pastelería para eventos y para el penal de varones entregan 6 mil panes diarios.
EL PANADERO DE LA CÁRCEL DE SOCABAYA
“La persona que ingresa aquí no puede seguir siendo la misma, el no hacer nada consume la vida y el alma. Yo siempre tuve la idea de hacer algo y la panadería fue la mejor opción que tuve. Estoy privado de mi libertad, pero no cambiar y producir”; dijo Luis Alberto, que lleva 10 años como recluso.
“La formalización de sus empresas no solo genera beneficios para el interno, permite que también puedan cumplir con el pago de las reparaciones civiles que se les impuso, un 20% de sus ganancias se destinan a cumplir con dicha obligación”, sostuvo Marlon Florentini, vicepresidente del Consejo Nacional Penitenciario.
En el penal de Socabaya son alrededor de 800 los internos que están involucrados en los talleres productivos y actualmente hay 172 nuevos alumnos que han iniciado su capacitación técnica en el Centro de Educación Técnica Productiva (Cetpro) hijos de Dios. La instrucción no solo es a nivel técnico, pues 78 internos están en proceso de terminar sus estudios de inicial, primaria y secundaria en el Centro de Educación Básica Alternativa (CEBA) del penal.
A sus 62 años, Felipe es uno de los estudiantes que espera terminar este año la primaria. Aprendió a leer y vive sumergido en las lecturas. “Ya sé escribir una carta y la lectura me transporta fuera de estas paredes. Quiero seguir aprendiendo”, sostuvo Felipe.