La mesa de noche tiene unos cuantos diarios apilados, la mayoría son de ediciones pasadas que suele volver a leer para enterarse y no olvidar lo que va ocurriendo en el exterior. Sobre los periódicos hay una Biblia y aunque Alberto Tavera Gallegos (64) suele estar rodeado por ángeles con mandil celeste que van y vienen para atenderlo, se refugia en los pasajes del libro sagrado para no agobiarse por lo que vive. “Nunca hay que perder la fe en nada de lo que creas”, dice el hombre quien días previos a la Navidad del 2018, llegó al hospital Honorio Delgado para quedarse.
Cindy Ramos, una de las enfermeras del servicio de medicina que atiende a don Alberto, cuenta que el hombre de cabello cano y vos grave no suele comentar mucho de su pasado. “Prefiere aferrarse a los días que pasa aquí que recordar lo que ha vivido”, dice la joven vestida con el traje de bioseguridad para evitar contagios en una zona libre del nuevo Coronavirus.
En efecto, el hombre depositado en la cama 226 -A cuenta solamente que tiene dos hijos, era un trabajador independiente y la tarde del 21 de diciembre del 2018, su vida cambio al sufrir una caída.
Ingresó a la antigua emergencia del hospital que hoy mantiene sus puertas cerradas y luego fue subido a piso para ser operado de la columna. Los médicos explican que tiene un daño cervical que no solo es producto del accidente, sino también degenerativo y le impide caminar por sí solo. Don Alberto se niega a ello y piensa que el estar echado permanentemente en una cama, es porque lo operaron mal y se resiste a creer que lleva ya tres años abandonado, como Juan Cañari Mamani (75) quien lleva ya cuatro años internado en el hospital.
Juan Cañari lleva un cubrebocas limpio que recientemente fue cambiado por las enfermeras. Habla muy poco, casi nada. El hombre de múltiples arrugas en el rostro por la edad, tiene la mirada perdida, pero al escuchar su nombre, busca a quien lo pronuncia. Lo que se sabe de él es que, en noviembre del 2017, los bomberos lo evacuaron al hospital desde el terminal de la empresa Flores Hermanos, sufrió la amputación de la pierna izquierda, el Parkinson ha atacado el movimiento de sus extremidades superiores y la demencia senil se están llevando los pocos recuerdos que aún guarda en la memoria
ABANDONADOS. Gaby Ballón, jefe del servicio social del hospital Honorio Delgado, explica que antes de la pandemia, la sala de emergencia se había convertido en un lugar habitual para que las personas abandonaran a los suyos, a quienes llevaban por alguna dolencia. Al menos uno o dos adultos mayores eran depositados al mes en un espacio que no está especializado para cuidar personas desvalidas, sino para salvar vidas. La pandemia y las obras inconclusas del Gobierno regional cortaron esta mala práctica.
“Hay quienes alegan que no tienen recursos para tenerlos en casa. Otros, simplemente se desentienden y en algunos casos no hay rastro de nadie quien responda por el estado de sus familiares”, dice la asistente social. Han llegado a tener hasta 10 personas abandonadas que estuvieron durante varios años y poco a poco, con el tiempo, los fueron trasladando a albergues de la ciudad.
El caso más emblemático fue el de Gilda. La abandonaron en 1979 en el distrito de Alto Selva Alegre y siendo una bebé fue acogida en el área de Pediatría del hospital que fue su hogar durante 42 años. En marzo el nosocomio logró su adopción legal para que con su DNI accediera a los beneficios del seguro y sea reconocida por el Estado y en julio, ella fue trasladada al albergue San José Benito de Cotolengo del distrito de Tiabaya para que sea atendida y cuidada. “Aquí la extrañamos, pero está feliz y la cuidan bien”, dice Gaby Ballón mientas muestra fotos que desde el albergue le envían a través del WhatsApp.
Las asistentes no solo se encargaron de que el hospital brinde atención a Alberto y Juan como con los anteriores casos, sino también realizaron la búsqueda de sus familiares y ubicaron a los dos hijos de Alberto Tavera. Gaby Ballón refiere que, tras comunicarse con ellos, manifestaron que no tienen recursos ni las condiciones para cuidar a su padre.
Los datos recopilados de Juan Cañari, las llevó, incluso, hasta la localidad de Yunguyo, en Puno, donde nadie respondió por él. Aparentemente no tiene familiares.
SIN LUGAR. Desde el hospital se ha contactado con varios albergues de la ciudad, pero hasta el momento no han tenido respuesta para que puedan recibir a Juan y Alberto quienes aún seguirán bajo el cuidado de médicos y enfermeras como lo han hecho antes y durante la pandemia que también los alcanzó, aunque trataron de evitar que se contagiaran llevándolos de un piso a otro, los enfermaron por el nuevo coronavirus.
Alexis Urday, jefe del departamento de Medicina, refirió que contrajeron la enfermedad durante la primera ola, pero no tuvieron síntomas y se recuperaron sin complicaciones. “Ellos se han convertido en parte de nuestra familia en el hospital y los hemos vacunado para protegerlos más mientras permanezcan con nosotros. Lo ideal es que puedan ir a un albergue y estén fuera porque siempre va a ser un riesgo para ellos quedarse aquí, pueden contraer otras enfermedades intrahospitalarias”, dijo el médico.
Hay el compromiso del personal de atenderlos mientras se prolonga su reubicación. “A veces tienen días malos, como todos, pero tratamos de cuidarlos lo mejor que podemos”, agrega la enfermera Cindy Ramos.
Alberto Tavera toca su Biblia y reafirma una vez más que es un hombre de fe. “Yo quisiera irme de aquí caminando. Solo debía quedarme unos días y ya llevo varios años. Las señoritas siempre me han tratado bien”, dice mostrando su agradecimiento a la enfermera y sus colegas a quienes considera ángeles con bata azul.