La noche de sábado ya avanzó y los locales, muy a su pesar, deben empezar a cerrar. Salen los chicos y las chicas en olor a alcohol, a veces tambaleantes.
La noche de sábado ya avanzó y los locales, muy a su pesar, deben empezar a cerrar. Salen los chicos y las chicas en olor a alcohol, a veces tambaleantes.

El atardecer del sábado suele ser el clímax del desenfreno en pandemia. Liberados de su mascarilla, con sus tragos encima, los más jóvenes viven la alegría dentro de algunos locales, en la ciudad de Trujillo o en la periferia. La vieja normalidad regresa ahí: juntos y revueltos, embriagados, abrazados, qué más da.

La noche de sábado ya avanzó y los locales, muy a su pesar, deben empezar a cerrar. Salen los chicos y las chicas en olor a alcohol, a veces tambaleantes. Los dos amigos, a quienes llamaremos “A” y “B”, que están tomando un taxi para regresar a casa porque el “toque de queda” ya empieza, son testigos privilegiados a esta hora. Ambos visualizan cómo unos muchachos ebrios abordan su auto (o el de sus papás) y arrancan. Mientras suben a su taxi ven cómo un patrullero los detecta, llega hasta el auto particular y lo detiene. Los jovencitos ebrios son intervenidos, lo pueden ver desde el taxi en el que van los amigos “A” y “B”. Pero “A” y “B” también han bebido, y “B” está exultante, quiere soltar su palomillada. Cuando el taxi se aleja, dejando atrás al patrullero y a los policías hablando con los chicos intervenidos, “B” grita: “¡Páguenle cien soles, no más!”.

“A”, quizás más sobrio, temió lo peor. “No seas huevón”, le recriminaba. “Avance, acelere por favor”, le decía a su vez al taxista.

Los temores de “A” eran fundados. Apenas dos minutos después, los focos del patrullero, desde atrás, invadían al taxi y el chofer tuvo que detenerse. Descendieron dos policías, pidieron los papeles de rigor. Y uno de los uniformados se acercó a “B”, como si supiera de quién exactamente salió el grito:

-¿Qué es lo que gritó? ¿Qué es lo que ha dicho?

“B” primero lo negó, no sé de qué está hablando, pero luego reculó: ¿podemos arreglar esto? Parecía mala opción. El policía que le hablaba se mostraba indignado, era una afrenta para él que le griten eso. “Entiendo que hay compañeros que son así, pero no puede usted tildarnos así a todos”.

Tenía razón, claro.

El asunto es que ya eran más de las diez de la noche, y como ninguno tenía autorización para circular en el “toque de queda”, en la hora de inmovilización, pues debían ir a la comisaría. El otro agente les enumeró -como quien lee la lista del menú- el monto de multa que debían pagar por infringir la norma. Lo curioso es que mientras les decía eso, los autos alrededor iban y venían, las personas a pie iban y venían.

En  ese momento “A” tomó la decisión, salió del taxi y se dirigió al policía, al menos indignado de los dos, porque el otro parecía estar en sus trece, estaba dispuesto a llevarlos a todos a la comisaría por irrespetuosos y por no respetar el “toque de queda”. Hablaron un momento y luego “A” regresó hasta donde “B”, le dijo que pague 50 soles. “Dobladito, que no vea nadie”, le indicó el agente menos indignado a un costado. Y así se fueron ambos policías por donde regresaron, en el mismo patrullero. “A” y “B” siguieron su camino, el taxista respiraba más tranquilo.

-Tanto se indignaba el tombito, a las finales solo quería plata  -dijo “A”.

-Son igualitos que los  políticos, chesumare -dijo “B”.