Luis tiene la voz entrecortada pero el corazón duro. No puede llorar: no quiere que sus hijos, uno de 21 años y otro de 13, lo vean triste cuando los llame. “Tengo mucha nostalgia. Es mi tercera Navidad aquí, lejos de ellos, de los míos”, cuenta.
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Luis Gilberto Salazar González tiene 42 años, tres de ellos en el Perú. Si continuara viviendo allá, quizás ganaría tres dólares (poco más de S/ 12 aquí), el sueldo mínimo en su país.
Historias
A Luis lo encontramos vendiendo “desayunos” por la avenida Húsares de Junín, en Trujillo. Como él, abogado y profesor en su país, muchos venezolanos pasaron la Nochebuena lejos de su familia.
“Tengo hallacas, que es una especie de tamal. Allá se comen en Navidad y aquí las vendo a cinco soles la unidad. Son muy ricas”, asegura.
De acuerdo con el portal Rostros venezolanos, 1,286,464 venezolanos permanecían en el Perú hasta septiembre. Cita también que la gran mayoría vive en Lima Metropolitana y el Callao (69,8%), pero que La Libertad, después de esas jurisdicciones, es la región que más extranjeros de esta parte de Sudamérica tiene: 27,074.
“Estar lejos de su tierra es muy duro, peor en Navidad”, dice Darío Torres, un venezolano de 40 años de edad.
Él salió de Portuguesa –uno de los 23 estados de Venezuela– dos años atrás. Primero vivió en Quito; sin embargo, hace siete meses, decidió cruzar la frontera con Tumbes y ahora radica en Alto Moche (Trujillo) con sus cuatro hijos y su esposa.
“Yo me dedico a la construcción y algunos de mis hijos también. Esta es mi primera Navidad en Perú. Son días muy duros, no hay trabajo y entenderá que estamos muy lejos de los nuestros”, sostiene.
Darío camina junto con su hijo de nueve años por el Centro Histórico de Trujillo. Si bien el pequeño recibió sus clases virtuales en Ecuador, en Perú la historia ha sido distinta y ha perdido el año escolar.
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“Hay que ayudar”, expresa, mientras camina con la mano derecha levantada con la esperanza de recibir “por lo menos un sol”.
Apenas unas cuadras más allá, en el jirón Gamarra, tres niños llaman la atención de los transeúntes. Solo tienen uno, cuatro y cinco años. Los tres duermen sobre la vereda con su joven madre.
“Están cansados”, refiere Jeison.
Jeison y su familia salieron de Maracaibo hace menos de un mes. Juntos anhelan llegar pronto a Santiago de Chile, donde los espera el padre de la mujer. Mientras están en el Perú, su subsistencia es la bolsa de caramelos que vende él.
“Aquí estamos, nos tocó la Navidad aquí. Es duro y extrañamos a la familia, pero allá la situación sigue complicada”, sostiene.