Es indescriptible el dolor en los corazones de cada una de las familias de los cuatro estudiantes promocionales del quinto C de la institución educativa San Jacinto de Vice, en Sechura.
“Nunca voy a poder olvidar a mi Pepito, ya en las puertas de ir a la universidad, tantas aspiraciones, sueños, ilusiones de convertirse en un médico. Me decía: papito yo lo logro. Vuela alto hijo mío, ya tienes alas, vuela donde está Dios, así como nos cantabas, ahora cántale a Dios, hijo de mi alma”, afirmó Pedro Pablo Goicochea, abuelo de Pedro Israel Nizama Goicochea (16), estudiante del colegio San Jacinto de Vice, quien es una de las víctimas del fatídico accidente ocurrido el último sábado en la carretera Fernando Belaúnde Terry, en la provincia de Moyobamba, región San Martín.
Él, junto a los padres de Pedro, Grace Goicochea y Martín Nizama, aún se resisten a creer lo sucedido y lloran amargamente al lado de su ataúd blanco, escuchando de fondo las canciones que él grabó, pues también era un aficionado al canto y, además, le gustaba boxear y jugar fútbol. Su familia jamás imaginó que ese último abrazo en el exterior de su colegio, sería el último que se darían.
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“Lo he ido a despedir el viernes a Vice. Lo abracé y le dije que Dios te bendiga y disfruta tu viaje. Primero no era ubicado y lo encontraron debajo del bus, qué iba a resistir mi hijo. Parece que lo volveré a ver, él no se ha ido ¿Dios porque me lo quitaste?”, dice mirando al cielo y abrazado de su nieta, Alexa, quien también llora por la muerte de su primo, a quien lo quería como un hermano.
“Necesito que te despiertes, hermano, levántate, ya dormiste mucho, levántate por favor, señora levántelo”, repetía Alexa, golpeando el cajón de Pedro Nizama.
Un panorama similar se vive en la vivienda de Sandra Chulle Chunga (17), cuya hermana Leslie (20) recueda que el viaje de promoción hasta en tres oportunidades se postergó y que se enteró de su muerte a través de una enfermera.
“Ella viajaba en el asiento 19 al lado de la ventana. A ella no la encontraban en los hospitales, pero yo vi en un video donde la rescataban y se tocaba el abdomen. Logré contactarme con una enfermera y le mandé su foto y me confirmó su muerte. Me dijo: Tu hermana no resistió y falleció en sala de operaciones”, recuerda entre lágrimas y abraza a su madre Raquel Chunga. Ahora solo se tienen la una a la otra, pues hace más de 17 años murió su padre.
Agregó que no tuvo el valor de confesarle a su madre que Sandra ya había fallecido porque ella tenía esperanzas.
“Yo iba con la esperanza de al menos encontrar herida a mi hija, pero no muerta, no sabía nada”, dijo Raquel Chunga.
En Becará, en la casa de Criss Jair Panta Eca (17 años), a lo lejos solo se escuchan gritos de dolor e impotencia de sus padres, Doris Eca e Hipólito Panta. Él quería ser un arquitecto. “Yo estaba en alta mar, no sabía nada del accidente, cuando me enteré viajé a Chiclayo, luego a Lima y a Moyobamba. No sabía que estaba muerto, No pude despedirme de él, viajaba en el segundo piso del bus”, recuerda sin aliento por el dolor que siente, Laureano Panta.
Su madre, ya sin lágrimas de tanto llorar por el mayor y único varón de sus cuatro hijos, dice que les suplicó a sus amigos de Criss Jair que lo busquen.
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“Su amigo Fabián me llamó y me decía que no lo encontraban a Criss, yo les rogaba que lo busquen, tenía las esperanzas de encontrarlo con vida, mi corazón de madre rogaba eso. Se fue caminando y me lo traen en una caja”, agregó.
Jessica Mayte Panta Reyes (17) es otra de las víctimas. Era una alumna destacable y prueba de ello, son las diplomas que adornan la sala de su casa en Becará. Hace poco salió apta para Beca 18, pues quería estudiar Educación Inicial.
“Yo hablé con ella a las 7:30 a.m. del sábado, después ya no me llamó. Me decían que estaba grave, pero ya estaba muerta, nadie me quería decir. A mitad de camino me enteré que había fallecido. Era una buena alumna, hija. El viaje fue como su regalo de cumpleaños (5 noviembre). Yo no quería que viaje, pero ella me convenció. Me deja llorando, la he ido a traer muerta”, mencionó Teresa Reyes.
En el aula del colegio San Jacinto, cuatro ramos de flores blancas acompañan las carpetas de los estudiantes fallecidos y sus amigos se resisten a creer lo sucedido.