Enfrentar las pesadillas debe ser el primer acto de valentía que tenemos desde que nacemos. Cuando el miedo cobra forma y se presenta en los sueños, las palabras de consuelo suelen llegar en las mañanas. Así, el cariño de una madre se transforma en paz. El llanto de un niño encuentra la tranquilidad, a pesar que la realidad suela ser más caótica que la imaginación. “Cállate, Copperfield”, escucha el protagonista de esta historia, cada vez que muestra un sinónimo de debilidad.
La niñez de este infante de siete años se verá interrumpida con la llegada de su padrastro. Las caricias de su madre no volverán a tocar su rostro, y el amor de su cuidadora se convertirá en un delito. “David ya no es un niño; es un hombre que pronto cumplirá pronto ocho años”, repite el nuevo esposo de su madre.
La voz del Copperfield se va apagando, mientras su madre enferma de pena al verlo partir a un internado. Aunque la posición del padrastro pueda generar resentimiento, este caballero solo es una respuesta a la educación que recibió. Sí, su finalidad es hacer al pequeño un hombre de bien, pese a que el camino incluya deshumanizarlo.
Esta adaptación del clásico de Charles Dickens, es una oportunidad para reflexionar sobre los moldes en los que crecimos. Además, también para analizar por qué a pesar que esta historia fue escrita en la Inglaterra victoriana, existen patrones que se repiten de forma alarmante.
Otras voces
Si ahora está mal visto que un niño exprese su opinión, antes no era distinto. Esta obra, dirigida por David Carrilo y con la
dramaturgia Federico Abrill, es un espacio familiar necesario para padres, niños, jóvenes o adultos.
“Dickens confirma que estaba adelantado para su época. Presenta un análisis distinto para varios temas que lo preocupaban. Se enfoca en esa masculinidad tóxica, pero también en aquellos abusos que hemos normalizado”, explica Carrillo.
Es que, David Copperfield no representa solo la imagen del niño que debe obedecer a su progenitor sin dar respuesta alguna; el protagonista de este obra hace hincapié en las consecuencias que genera la falta de empatía y humanidad en quienes no escuchan a quienes tienen al lado.