Caer rendido ante los encantos del Caribe colombiano es cosa fácil; sus llamativos colores, su desmesurada alegría, su música contagiosa, su gente y sus historias. Lo mismo sucede con la sonrisa juguetona y la incomparable sazón de Jaime Rodríguez.
El joven cocinero nació en un pueblo minero, pero encontró su razón en el mundo en el Caribe colombiano. Desde hace cinco años dirige Celele Restaurante, número 16 en la lista de los Mejores Restaurantes de Latinoamérica, y para muchos el mejor de Cartagena.
Jaime lleva ¨Caribe¨ tatuado en el brazo derecho, ese es el lugar que ha hecho su casa, donde es feliz y donde se terminó de enamorar de la cocina. Fue en esta tierra caliente donde dio rienda suelta a su curiosidad y comenzó a buscar las claves del sabor local. Donde lo ha probado todo, o por lo menos siempre está tratando de hacerlo.
Su amor apasionado por esta cultura ha terminado moldeando su cocina, y ha dado vida a su tan querido Celele, repleto de sensibilidad y pensamiento.
El caótico mercado de Bazurto lo conoce de arriba a abajo. Este resumen de riqueza natural y pobreza estructural aloja todos los alimentos que llegan a Cartagena, desde carne y pescados hasta una variedad escandalosa de frutas que muestran una biodiversidad muy similar a la nuestra: mamey, níspero, lulo, chirimoya. Hay muchas variedades de plátanos y otras tantas de cítricos. El llamado limón de “oro” por Gabriel García Márquez, es un pequeño cítrico de Ciénaga de Oro en Córdoba, que se puede comer hasta con cáscara: “yo lo lactofermento, se rellena con tartar de langostinos y hierbas del Caribe” y con este snack comienza la experiencia en Celele. En el mercado la gente se le acerca, lo abraza, le muestra que hay de nuevo. Acá despierta su creatividad, pero sobre todo es con las comunidades con las que trabaja donde más disfruta. En Asocomán, en pleno corazón del bosque seco, a casi tres horas de Cartagena, Jaime, junto al ingeniero agrónomo Miguel Durango, ayudan a poner en valor ingredientes olvidados, ayudan a mover la economía del lugar y dan visibilidad al trabajo artesanal de las mujeres de la zona, que han visto su vida dar un giro total con esta iniciativa que los ha devuelto a la vida luego de ser castigados por la guerrilla. También trabaja con la Fundación Granitos de paz, con quienes impulsa la multiplicación de “patios” (huertas) en lugares de pocos recursos. Mujeres que cuidan hierbas perfumadas, brotes verdes y flores que decoran en Celele platos maravillosos como la ensalada de flores caribeñas. Y se venden a un precio justo en varios restaurantes de la ciudad.
En pleno barrio de Getsemaní, el barrio bohemio y familiar de la ciudad, encontramos la pared azul que aloja Celele, un espacio acogedor, donde abunda el color y los cuadros de artistas locales. La vajilla ha sido elaborada por distintos artesanos que Jaime ha ido encontrando en su camino, el piso es de baldosas amarillas y rojas; y las mesas sin mantel, de una madera brillante te invitan a sentarte y disfrutar. Un rincón sin formalidades donde la carta es la estrella y no se sirve menú degustación. La cocina de Jaime resume tradición y modernidad. Como en todo el caribe la diversidad y el mestizaje se encuentran, se abrazan, se sienten. Las flores, frutas y vegetales siempre están presentes y las porciones generosas conjugan estética, historia, pero sobre todo mucho sabor. Donde la sazón tiene como centro las especias del Caribe como el achiote, comino, anís, clavo y canela. O donde se utilizan las cáscaras como la del corozo que deshidratan en sal y luego elaboran un polvo con el que sazonan. O los vinagres de frutas que se encuentran en cualquier mercado del Caribe.
Celele es puro sabor, y dejarse llevar por la sonrisa juguetona de Jaime y su equipo lo mejor que podrán hacer si visitan Cartagena.