“En mi último viaje y gracias a la guía de Eliana Nuñez y Hugo Valdivia, llegué hasta la tierra donde vive el cóndor: Candavare, a tres horas y media de la ciudad”
“En mi último viaje y gracias a la guía de Eliana Nuñez y Hugo Valdivia, llegué hasta la tierra donde vive el cóndor: Candavare, a tres horas y media de la ciudad”

Cada vez que viajo a Tacna, regreso recargado en mi identidad, completo, pletórico. Siento que caminar por sus calles, ver los mismos paisajes que vieron quienes resistieron en cautiverio, salieron al frente, acompañaron a sus esposos como rabonas o enseñaron clandestinamente en aulas improvisadas; me enciende, me hace incandescente y contemporáneo de hombres y mujeres épicas. Y eso me lleva a creer nuevamente en este país.

Todo peruano debería peregrinar a Tacna y sus alrededores, sentirse por un momento parte de un viaje interminable, transcurrir el paisaje humano impregnado de gesta aún viva en la memoria colectiva.

Y de hacerlo, propongo que sea desde esa ficha intercambiable y confiable que es nuestra cocina. Nuestros sabores son puntos de soldadura invisibles que integran los lugares que no debemos de perdernos en una visita. Este no es un itinerario en tiempo real ni georeferenciado. Tiene el desorden placentero de los momentos memorables. Desde la cocina es mas fácil comprender un territorio y cuando lleguemos a La Heroica no debemos regresar a casa sin ir al mercado central. Impecable, ordenado y flanqueado de marraquetas gigantes y crujientes, justo antes de llegar al pasaje de los desayunos con huevo en paila, jugos de frutas y cantito chileno, para luego seguir por el Paseo Cívico y ojear las tiendas de libros usados, transcurrir el pasaje Vigil hasta llegar a la Casa Jurídica, donde su director, Jesús Gordillo, inmerso en sus pergaminos, ha logrado la mejor muestra de fotografías que recrean la línea de tiempo de la ciudad, y si tenemos suerte compartirá eufórico, con todos los visitantes algún descubrimiento enterrado en algún testamento, ordenanza o periódico antiguo.

Llegar a Tacna se ha convertido en un ritual personal y del que me emociono desde que el avión aterriza. Lo saboreo mientras pienso en llegar a Un Cebichito, del cocinero y pescador Tito Trabucco. Su arroz con almejas meloso, el picante a la tacneña marino, su cebiche Lázaro, y las almejas de la casa, siempre me hacen sentir nostalgia del presente. En esta oportunidad no polemizaré con dónde comer el mejor picante a la tacneña. Estoy seguro que dentro de poco los colegas del Patronato Gastronómico de Tacna, harán el festival de picantes a la tacneña de casa. Memorables siempre.

En mi último viaje y gracias a la guía de Eliana Núñez y Hugo Valdivia, llegué hasta la tierra donde vive el cóndor. Candavare, a tres horas y media de la ciudad y a 3,400 msnm. El camino te sorprende a varios niveles, hasta que te habitúas a lo extraodinario. Paisajes lunares, desiertos, andenes centenarios, volcanes, arte rupestre, geysers, bosques de queñuales. Un Perú que te mide, te pone a prueba, te desafía y te abraza desde un caldo de alpaca como el que nos sirvió doña Alcelma Flores, caliente, exquisito y el mejor contrapeso con las postales surrealistas en medio del aire gélido y virgen. El pueblo mantiene algunas joyas en casas del siglo pasado, en sus lagunas, sus ferias y parrillas de vereda donde comí la mejor carne de cordero cara negra con salmuera de hierba buena, sus panes con queso de la gran Juanita, y las truchas de Aricota, cuyos criaderos flotantes estoy seguro serán el próximo destino del pesca turismo. Ir a Tacna, caminarla y llegar a Candarave, debería ser un viaje obligatorio para todos los colegios y carreras del Perú. Entenderíamos de otra manera nuestro país, y en palabras de Herman Hesse, comprenderíamos que todo lo que es belleza en el mundo descansa en la paciencia; requiere tiempo, silencio y confianza, que tanta falta nos hace.