La “gripecita”, como llamaba el presidente Jair Bolsonaro a la COVID-19, ha provocado casi 280 mil muertos en Brasil. El país sudamericano es ahora el segundo con más contagios y decesos, tras EE.UU., superando incluso a la sobrepoblada India. La realidad ha hecho que el mandatario parezca admitir finalmente que son necesarias mayores acciones para frenar la pandemia.
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Para ello, ha reemplazado a su ministro de Salud, Eduardo Pazuello, pero no sin que antes este anuncie un cronograma de inmunización con el que se pretende llegar a mitad de año con todos los grupos prioritarios vacunados.
Antes de dejar el cargo, Pazuello también comunicó que el Gobierno compró 100 millones de dosis de la vacuna de Pfizer-BioNTech, que deben ser entregadas hasta setiembre, y que durante el segundo semestre llegarán unos 38 millones de dosis de la vacuna Janssen, de la farmacéutica estadounidense Johnson & Johnson, que requiere una sola dosis.
Estos anuncios y las compras previas suman un total de 562.9 millones de dosis de vacunas que Brasil —una país de más de 200 millones de habitantes— debe recibir este 2021.
De acuerdo con la agencia de noticias AFP, las compras son vitales para acelerar la campaña de vacunación en Brasil, que experimenta desde febrero un alza de muertes y contagios, empujando al borde del colapso a los hospitales de más de la mitad de los 27 estados y a los gobernadores a ordenar más restricciones a la circulación.
Un punto clave en esta nueva estrategia es la diversificación de los suministros. No solo llegarán vacunas de Pfizer y Johnson & Johnson. Brasil ha adquirido vacunas del laboratorio chino Sinovac, y la fundación brasileña Fiocruz tiene licencia para producir dosis de la cura de la farmacéutica AstraZeneca. Asimismo, llegarán lotes de esa vacuna fabricadas en India.
Críticas
A pesar de la llegada de vacunas, algunos observadores descartan un cambio radical de postura del presidente Bolsonaro, que sigue oponiéndose a las medidas de confinamiento reclamadas por científicos para controlar la enfermedad.
“No veo ningún cambio definitivo. Es más que nada una retirada estratégica bajo presión de otros sectores del gobierno, probablemente de los militares, de legisladores y de gobernadores que lo apoyan”, dijo a la AFP el politólogo Geraldo Monteiro, de la Universidad del Estado de Rio de Janeiro.
Puede ser también una movida política. Tras la anulación, la semana pasada, de las condenas que inhabilitaban políticamente al expresidente Luiz Lula da Silva, se abre la perspectiva de un duelo en las elecciones de 2022. El líder de izquierda, de 75 años, se hizo vacunar. Además, instó a sus compatriotas a hacerlo y criticó la gestión “imbécil” de la pandemia por parte del Gobierno.
Sondeos revelan que 61% de los brasileños desaprueba el manejo que ha tenido el mandatario de la crisis sanitaria. “A esta altura, la esperanza de que el gobierno cambie de rumbo [en su estrategia de salud] reside en la presión electoral, la única que mueve a Bolsonaro”, escribió este martes el diario O Estado de Sao Paulo en un editorial.
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