El 2023 no fue bueno para el Perú, tampoco para el mundo. Todavía estamos pagando las secuelas de la pandemia. La crisis económica y el desempleo no cesan en nuestra región que sufre con la inflación que repercute en crisis políticas que afectan la democracia y generan desgobierno y protestas por doquier. Y en el mundo  dramáticas guerras se libran entre Rusia y Ucrania, Israel y Palestina que nos devuelven a injustas y desiguales batallas en que se pierden vidas inocentes y energías que deberían estar en solucionar los graves problemas de la humanidad. En el Perú tenemos al gobierno de transición de Dina Boluarte que ha mantenido precariamente la democracia y la gobernabilidad, pero no ha hecho mucho por la salud con consecuencias post pandemia, ni por la agenda social que mueve las protestas sociales que vienen del interior a la capital. La violencia subversiva tiende a crecer ante la inacción oficial y el centralismo asfixiante. Que nuestros políticos responsables se pongan las pilas para combatir la pobreza, el desempleo y la hambruna que se anuncia. Son muchos los problemas y poca la responsabilidad política, lo que se refleja en la altísima desaprobación a los principales poderes del Estado. Hay una agenda de temas sociales por aprobar y un conjunto de iniciativas que esperan. En este 2023 hemos sido testigos de los avances indetenibles y acelerados de la inteligencia artificial, de los progresos en la lucha contra enfermedades que se creían incurables, pero también de conflictos y tensiones internacionales que angustian porque ponen en peligro la paz mundial. Se agregan los desafíos medioambientales. Necesitamos un nuevo espíritu proactivo que se oriente a combatir la desigualdad y a lograr la paz social en el Perú y en el mundo.