Hace dos años irrumpía el Chatgpt como una cumbre de la inteligencia artificial. El 2025 que estamos empezando se anuncia como el de los mayores avances del siglo XXI que consolidan el nuevo poder tecnológico, con un modelo diferente de negocios, a partir de la extracción y procesamiento de los datos personales, empresariales, institucionales, perfeccionando la vigilancia y afectando la privacidad. Las grandes tecnológicas como Google y Facebook Meta invirtieron en algoritmos para la personalización de los contenidos. De ellos surgen sesgos que facilitan la dramática desinformación. La interacción de los seres humanos con las máquinas nos hace ingresar a una vorágine transformadora que no cesa. ¿Dentro de este nuevo marco seguimos teniendo los mismos derechos y libertades? Los tenemos, pero nos toca trabajar con la ética y la regulación legal para impedir que sean afectados con el perfilamiento psicológico, la circulación de contenidos tóxicos, la desinformación, la invasión de la privacidad y la desprotección de la integridad mental. Nos toca cuidar nuestros datos e imponer la intangibilidad del cerebro y de la mente, entre los aspectos primordiales a atender. Porque con la inteligencia artificial surgen nuevos riesgos a ser atendidos. No solo los derechos digitales como derechos humanos de cuarta generación, también los neuroderechos que nuestro vecino Chile ya ha acogido pioneramente en su Constitución. El año que comienza representa un gran desafío para la regulación de la inteligencia artificial que avanza a gran velocidad. La Union Europea viene haciendo un gran trabajo que nos toca replicar para lo cual legisladores y juristas tienen que estar muy atentos si queremos defender derechos y libertades ganados por la democracia.

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