A grandes problemas grandes soluciones. La crisis de salud es inmensa y la reestructuración del orden económico es nacional y global. Importa la supervivencia, pero en el largo plazo está la incertidumbre. Hay un antes y un después de estos días angustiantes. Nadie puede predecir como funcionarán las empresas y la sociedad, jaqueadas por el virus.

Lo primero es la salud. Salvaguardar nuestras vidas y nuestros medios de vida, en ese orden, el virus y la economía. El liderazgo político, económico y social está en cuestión. El optimismo gubernamental es opacado por las cifras y hay poca o ninguna transparencia para revelarlas. Los sistemas de salud están en pie de guerra en capacidad de camas, suministros y trabajadores. El desborde amenaza mientras la gente sale a las calles por alimentos y hay irresponsabilidad de quienes creen que tienen poco que perder si son contaminados. La información, que es un derecho, aparece parcializada con la oficial con poco espacio para la crítica o la disidencia.

Hay parálisis social y económica para proteger la salud y peligro para la producción. La democracia importa poco en el imperio del miedo. La concentración del poder en el Ejecutivo es evidente. El Congreso no hace balance ni fiscalización del gasto que en emergencia permite compras millonarias con excepciones y atajos rápidos y sin trámite. La palabra de moda es resiliencia.

Se necesitan dos altos comandos de guerra, uno de Salud y otro de Economía, en los que especialistas y líderes de los sectores público, privado y social tomen las mejores decisiones para equilibrar la sostenibilidad económica y social dando indicaciones a los gobernadores regionales para enfrentar la pandemia con sus presupuestos y expertos. A las universidades les toca aportar más biólogos, incluso estudiantes, para hacer las pruebas. Es el momento de los acuerdos para la cooperación. Y de una gran y eficiente planificación.