Mañana tendremos la decisión electoral más dramática de los últimos años, en un país polarizado, penalizado por la pandemia, dividido por los temores y los odios, indignado por la mala gestión de una enfermedad que se ha llevado a miles de peruanos. Lo primero es el dolor y la angustia, lo segundo la preocupación por quién será ungido para la Presidencia. La turbulenta campaña amaina y llegamos al final de la ruta. Será difícil hablar de victoria en un país tan dividido donde no hay seguridad de nada, salvo de la impresión amarga de que en dos siglos de República e independencia no hemos logrado integrarnos ni superar las desigualdades que hoy nos jaquean desde las ánforas. Tenemos que defender la democracia y sus instituciones y al mismo tiempo escuchar y atender al país doliente e indignado. Parecería la cuadratura del círculo dados los radicalismos enseñoreados en la mente de miles de peruanos olvidados que claman por reconocimiento. Una realidad que no podrá ser descuidada por el ganador. Será el momento para evaluar el enorme fardo social y económico que es asumir la conducción del país para enfrentar tan severa crisis y tanta demanda. Más que victoria deberá ser compromiso con la causa nacional, patriótica integradora e inclusiva, de desarrollo para todos los peruanos, de atención a su reclamo desgarrado. Primero la salud como problema estructural que la pandemia ha revelado en su magnitud. La cifra de fallecidos por la covid-19, hasta el 22 de mayo es de 180.764 personas, que triplica las 68.053 muertes que nos contaron y con esa misma facilidad podría subir al doble o al triple. Somos el país con mayor mortalidad en el mundo y aún no tenemos el total. Se agrega el desempleo, la pobreza y el hambre que no desaparecerán por el resultado, solo harán mayor el desafío de quien reciba más votos este domingo.

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