El jurista Ernesto Blume ha dicho, con razón, que hay actitudes de “anarquía” en nuestro sistema institucional. Es cierto. Caímos en una anarquía disfrazada de formalismo democrático cuando algunas facciones envalentonadas por su control del poder y sus alianzas con los medios de comunicación decidieron dinamitar el Estado de Derecho y meter en la cárcel a todas las disidencias. Sin derecho solo nos queda la selva. Y la mejor forma de destruir el Derecho es conculcar las libertades y las garantías del debido proceso. Esto lo han entendido todas las tiranías desde el inicio de la humanidad. Y todas han aplicado la persecución y la política de exterminio en cuanto han podido. Sin sonrojarse, sin freno ni pausa, sin un atisbo de contrición.
La anarquía que padecemos ha destruido el presidencialismo peruano, desnudando los viejos vicios de nuestra política y lanzando luz sobre nuestro sistema jurídico, imperfecto y penetrado por el terror ideologizado. Como era de esperar, los que abrieron la caja de Pandora de esta tormenta anarquista ahora no se dan por aludidos y lloran la destrucción que ellos mismos provocaron. Hecha trizas la democracia, solo nos queda combatir la anarquía retornando a un Estado fuerte.
¿Cómo regresamos a este Estado fuerte? Volviendo a establecer los fueros del Derecho. Regresando al Imperio de la Ley. Esta es la parte que debe traducirse políticamente de cara a la próxima elección porque el pueblo será seducido por los cantos de sirena del totalitarismo. Sucede a menudo que se identifica la fuerza con la ausencia del Derecho, cuando es todo lo contrario. El verdadero poder solo puede ser mantenido en un marco legal, solo existe si se respeta la ley, solo construye si lo hace bajo la sombra de un Estado regido por normas y garantías. Hay que explicarle esto a los que anhelan la anarquía. Este es uno de los problemas a los que nos tenemos que enfrentar.