Leyendo detenidamente artículos de la prensa nacional, uno en particular, llamó –como dice el arraigado lugar común– poderosamente mi atención. Se trata de un artículo de crítica social y política, escrito por Lesly Shica, actual ministra de Desarrollo e Inclusión Social, para El Comercio. Su esmerado escrito –la intención de la ministra es exhibir el giro radical que ha tomado su ministerio, mejorando los índices–, revela un mal gravísimo en el Perú: los niveles de anemia infantil. Científicamente, la anemia “es una condición que se origina cuando hay una cantidad insuficiente de hierro en la sangre”. Esta condición, dificulta el normal desarrollo cerebral en la etapa formativa de los niños. Déficit cognitivo, mayor dificultad en el aprendizaje, rendimiento académico insuficiente, dispersión mental y lentitud en el procesamiento de la información, son algunas de las consecuencias de la anemia infantil. Sostiene la ministra: “Invertir en la primera infancia no es solo un acto de justicia social, es también una estrategia que busca garantizar el futuro del país”. Advierte el lector interesado, un concepto clave en el artículo: “justicia social”; concepto indebidamente apropiado por la izquierda marxista y últimamente repudiado por cierto liberalismo. Este precioso concepto, fue acuñado hacia 1843 por el sacerdote jesuita Luigi Taparelli, en su Ensayo teórico de derecho natural. En rigor, la justicia social, se fundamenta en el respeto ilimitado de la dignidad de la persona humana, que debe ser custodiada por la autoridad política. Todos los peruanos, sin excepción, merecen llevar una vida digna, y erradicar la anemia infantil en un país rico, es devolverle la dignidad a esa niñez indefensa.




