Ante una multitud apostada en la emblemática Plaza de Mayo, en Buenos Aires -que lo esperaba ungido presidente de la nación argentina-, Alberto Ángel Fernández apareció reluciente con una sonrisa por donde se le mire, vitoreado por los miles de peronistas que no cesaban de ver consumada su llegada al poder. El flamante presidente de todos los argentinos, abogado de 60 años de edad –que de jefe de gabinete ni él mismo presagió convertirse con los años en gobernante-, ayer vivió, estoy seguro, el más feliz de los días de su vida política y acaso personal. Es absolutamente explicable. Rodeado de mandatarios de la izquierda latinoamericana –Miguel Díaz-Canel de Cuba- y de otros de la subregión –Mario Abdo de Paraguay-, fue ideado mandatario por Cristina Fernández de Kirchner, que supo administrar cerebralmente sus ambiciones de poder político –hay que reconocerlo- para ir segunda en una plancha presidencial que le devolviera lo que buscaba: contar con la protección del cargo luego de la avalancha de imputaciones que ha venido arrastrando desde que dejó la Presidencia y por supuesto disfrutar los goces del poder como los recordaba el cardenal Richelieu a Luis XIII, rey de Francia. Alberto fue la ficha ideal para ese objetivo. Ahora el estrenado mandatario deberá dar signos visibles de que cuenta con su propia agenda y que, además, lidera el Gobierno, pues finalmente la gente lo ha elegido a él presidente. Alberto Fernández no ha lanzado un discurso idílico en el momento de su juramentación, sino en cambio prefirió recordar la agonía de la economía argentina y de la necesidad de efectuar correcciones profundas para superar el default en que ha encontrado al país, soltando la idea de una nueva negociación. No ha removido a las bolsas porque se mostró cauto al decir que “el país tiene la voluntad de pagar, pero carece de capacidad para hacerlo”; sin embargo, igual deberá explicar qué ha querido decir. En el primer día del mandato todo se le dispensa a los gobernantes, y Alberto Fernández no ha sido exceptuado de esa aquiescencia social nacional luego de que el pueblo argentino, mayoritaria y democráticamente, lo elevara al lugar donde se encuentra para los próximos cuatro años.