La Batalla de Ayacucho fue el enfrentamiento decisivo que selló la independencia de Hispanoamérica el 9 de diciembre de 1824. Librada en las pampas de Quinua, enfrentó al ejército patriota, comandado por el mariscal Antonio José de Sucre, contra las fuerzas realistas dirigidas por el virrey José de la Serna.

El contexto previo estuvo marcado por la prolongada guerra de independencia iniciada en 1810, en la cual los movimientos emancipadores buscaban poner fin a más de tres siglos de dominio colonial. Tras las campañas de Simón Bolívar en la Gran Colombia y la victoria de la caballería peruana en Junín, Ayacucho se convirtió en el escenario definitivo para resolver el destino del virreinato del Perú, último bastión español en Sudamérica.

La batalla se desarrolló con una clara estrategia patriota, quienes dispusieron sus tropas en posiciones defensivas, aprovechando la topografía del terreno. A pesar de la superioridad numérica de los realistas, la disciplina y el liderazgo patriota lograron quebrar sus líneas. El virrey de la Serna resultó herido y su ejército rendido. El resultado fue; victoria decisiva de los patriotas, que obligó a la firma de la Capitulación de Ayacucho, documento que selló la rendición de las fuerzas españolas. Así la independencia del Perú quedó asegurada y, con ella, la consolidación de las nuevas repúblicas sudamericanas.

Ayacucho simbolizó no solo el fin del poder colonial, sino también el inicio de un proceso de construcción nacional caracterizado por desafíos políticos, sociales y económicos.

El Ejército del Perú adoptó esta fecha, 9 de diciembre, como su día institucional en homenaje a los soldados que participaron en la batalla y a todos los que han defendido la soberanía nacional. La conmemoración busca honrar la tradición, el sacrificio y el valor de los combatientes que hicieron posible la independencia.