En menos de seis meses, desde el 17 de diciembre del 2019 en que la Organización Mundial de la Salud (OMS) registró el primer enfermo de coronavirus en Wuhan, China, hay cinco millones y medio de infectados en el mundo, 346,000 muertos y más de 128 países afectados. En el Perú, desde el seis de marzo que se registró el primer infectado, tenemos 124,000 contagiados, con 3,650 fallecidos.

Este virus ha sacado a luz las limitaciones y debilidades de la sociedad mundial y sus estados, y ha evidenciado la preocupación y solidaridad humana, como también el egoísmo y la discriminación social.

La esperada distribución del bono universal, que alcanzaría 6.8 millones de familias, ha generado larguísimas colas de varias cuadras en las oficinas bancarias, particularmente las del Banco de la Nación.

Es urgente mejorar la atención rápida a los usuarios. Muchos vienen de lugares alejados, sea sus comunidades o barrios, con el riesgo de infectarse en la multitud y retornar a sus domicilios portando el temido virus. Se necesita ampliar el número de ventanillas, el horario de atención y generar mecanismos sencillos de bancarización, entre otras medidas, para que el remedio no resulte peor que la enfermedad.

Esto es lo inmediato. Sin embargo, esta crisis sanitaria desnudó las desigualdades sociales obligándonos a construir un nuevo acuerdo social. No se trata de llegar a una “nueva normalidad” sin modificar radicalmente la indiferencia social y sin que el ejercicio de derechos básicos como salud, educación y empleo digno, no esté en la agenda real del país.

Tenemos que cambiar todos y cambiar todo.