La comunicación en este gobierno es casi inexistente, no solo hacia afuera, con un presidente de la República que se ha comido la lengua y solo lee a tropezones controvertidos discursos, sino también en los adentros del gabinete, con titulares de portafolio que desairan a los periodistas y una premier que tiene que pedir explicaciones a sus subordinados mediante oficios, como ha ocurrido con Juan Silva del MTC. ¿Y para qué sirven los Consejos de Ministros?

Un antiguo proverbio chino dice: “Hay tres cosas que nunca vuelven atrás: La palabra pronunciada, la flecha lanzada y la oportunidad perdida”. ¿Qué prometió Pedro Castillo en la campaña electoral? “No más pobres en un país rico”. ¿La frase tiene asidero en lo que va de su gestión? “Pichón, wiflas. Never in the life”, como diría Tulio Loza. ¿Y cuál es el dardo que hiere al país cada vez que lo repite? La Asamblea Constituyente, capricho escrito por el lápiz de Cerrón. Conclusión: “100 días de desastre”, en opinión de María del Carmen Alva.

Y este panorama de situaciones se torna más extremista, inviable, contraproducente, nocivo y utópico cuando no hay una voz cantante, una cabeza visible que por lo menos intente defender didácticamente el radicalismo, si es que eso es factible. Lo que vemos es un sombrero de paja sin liderazgo, huraño y escaso de herramientas lingüísticas, siempre aplastado por el protagonismo tuitero del nefasto exgobernador regional de Junín.

Alguien podría alegar que, más bien, estamos ante una Torre de Babel, en la que todos gritan lo que les pega la reverenda gana, y también es cierto. Por ejemplo, el testarudo ministro de Defensa era un obús que nadie movía de su cargo pese al escándalo de los ascensos militares y, encima, se puso faltoso con su jefa, Mirtha Vásquez. Finalmente, se fue.