En el argot futbolístico, se habla de “gol de camarín” cuando un equipo recibe un gol en los primeros minutos del partido, marcando un inicio desfavorable. Si trasladamos esta metáfora al terreno político, podríamos decir que el Gobierno de Dina Boluarte también empezó perdiendo desde el primer minuto. Su asunción al poder estuvo marcada por el rechazo popular y una crisis social que no pudo contener. En el camino, más de 50 peruanos perdieron la vida en protestas, mientras la presidenta se convertía en el blanco principal de los cuestionamientos.
Las encuestas reflejan el profundo desencanto ciudadano. A inicios del 2023, el Instituto de Estudios Peruanos (IEP) registró un 77% de desaprobación hacia Boluarte, con solo un 15% de apoyo. Para noviembre del 2023, las cifras de Ipsos mostraban un panorama aún más crítico: un 83% de rechazo y un escaso 10% de respaldo. Y ahora, en diciembre del 2024, el rechazo alcanza un aplastante 95%, mientras que el apoyo se reduce a un marginal 3%, según Datum. Estas cifras, contundentes desde el inicio, han sido una constante en su gestión.
A pesar de este rechazo masivo, Boluarte ha optado por desviar responsabilidades. En un principio culpó a Pedro Castillo, su antecesor. Luego, atribuyó las críticas a ataques por su condición de mujer y de origen andino. Recientemente, ha señalado que “nuestros detractores están dolidos porque no son parte de este gobierno y no lo serán, están dolidos porque no estamos dedicando el dinero de los peruanos en consultorías o afines”. Sin embargo, estas explicaciones no han convencido a un país que demanda liderazgo y soluciones reales.
Es hora de que Dina Boluarte deje de fabricar enemigos artificiales y enfrente el reto de gobernar con seriedad. El último medio año de su mandato representa una última oportunidad para encauzar su gestión y abordar los problemas urgentes del país. Esto requiere un equipo renovado y competente que priorice el bienestar colectivo sobre las excusas y el divisionismo.