Cuando el Perú celebró el centenario de su Independencia (1921) habitaban nuestro país casi 5 millones de personas. El 70% vivía en la sierra, el 20% en la costa y el 10% en la selva. La población de Lima y Callao era de 229 mil personas (menos del 5% del total nacional), según el censo de 1920. Pese a ello, la capital era determinante en las elecciones. ¿Por qué? Porque los electores, por ley, debían ser varones, tener más de 21 años, saber leer y escribir y estar inscrito en el registro militar. Todos estos datos se publicaron en el libro “Opinión Pública 1921-2021” de Alfredo Torres. Además se dio cuenta de un perfil de niveles económicos 1921 en el que los sectores C y D eran analfabetos. Si tomamos en cuenta que estos segmentos estaban mayormente en provincias y especialmente en los andes, ya sabemos por qué ignoraban su voz y voto.

Han pasado cien años y todo ha cambiado. Ahora el único requisito para sufragar es ser mayor de 18 años. Todos los votos valen. Hoy no solo Lima decide una elección. Si bien es cierto, en el último proceso electoral hubo irregularidades que deben investigarse hasta el final, hay que ser respetuosos con las instituciones. No puede ser que se acose a funcionarios electorales y hasta se pida un golpe de Estado.

La candidata Keiko Fujimori está en todo su derecho continuar su batalla legal. Sin embargo, hay que esperar los resultados con calma y prudencia, sin precipitarse y sin autoproclame presidente, como lo hizo Pedro Castillo. Ambos tienen que saber que sin un predicamento de los deberes ciudadanos y sin una plena conciencia democrática no se podrá fortalecer el sistema y, menos aún, se podrá hacer avanzar al país.