Quien comete un delito, no hará cálculos de probabilidades ni empleará operaciones aritméticas para determinar cuántos años de cárcel equivalen al delito que cometerá. No consultará a un jurista sobre la infracción que realizará contra el ordenamiento legal ni meditará sobre el dolor que provocará en el prójimo. ¡Si está decidido, cometerá el delito! Los datos probabilísticos en su contra no lo detendrán. La gravedad de las penas no lo inmovilizarán, el código penal no lo disuadirá, y el inevitable dolor trágico de la familia afectada, no lo conmoverá. ¡Si está decidido, cometerá el delito! Bajo este criterio -del todo pesimista-, vemos que es muy difícil regular las turbulentas pasiones humanas. En 1764, se publicó de manera anónima en Livorno (Italia), el libro De los delitos y de las penas. Poco tiempo después, dado el éxito imparable de la obra, el autor se dio a conocer. Su nombre era Cesare Beccaria, un joven estudioso que concluyó su libro a la edad de 26 años. La obra generó tantas polémicas y encendidos elogios que, en 1766, Voltaire escribió -transcribimos el título original- su Comentario al libro “De los delitos y de las penas” por un abogado de provincias. El libro de Beccaria es especialmente esclarecedor. ¿Qué propone Beccaria, sobre cómo evitar los delitos? “Que las leyes sean claras y que toda la fuerza de la nación esté empleada en defenderlas, ninguna parte en destruirlas. Que los hombres teman las leyes, porque el temor de las leyes es saludable. Que la autoridad pública recompense la virtud para multiplicar acciones virtuosas. Y finalmente, el más seguro, pero más difícil medio de evitar los delitos es perfeccionar la educación”.

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