Es difícil no emocionarse al ver a los médicos recibir su vacuna con alegría, con esperanza. Ellos han estado sufriendo la pandemia desde la primera línea, arrojados prácticamente como carne de cañón, con escasa protección. Han visto a muchos peruanos morir estos meses, han visto llorar a tantos de impotencia. Ellos mismos se han enfermado y han visto partir a colegas y amigos después de dejarlo todo por su vocación. Si alguien merece sonreír y ser inoculado de esperanza es precisamente nuestro personal médico.

Por eso a muchos nos resulta inentendible que haya personas que desprecian la llegada de este primer lote de vacunas de Sinopharm. Dicen que es una cifra ínfima, que no sirve, y no disimulan su desazón cuando ven la amplia cobertura que los medios hacen por la llegada de los fármacos y la inmunización de los médicos. Como si eso no hubiese ocurrido en todos los países cuando arribó su primer lote de vacunas. Y es que esto tiene un significado tremendo, es un primer paso. Es el inicio de la parte final de una dura y prolongada batalla contra un virus que nos ha diezmado, nos ha sometido como país.

Es preciso, por supuesto, mantenernos vigilantes y estar alertas. En unos días debe llegar el segundo lote de Sinopharm y tiene que ser así sin más demoras. Y en unas semanas más deben arribar las vacunas de otras farmacéuticas para seguir avanzando en las fases de inmunización a todos. Tenemos que vigilar que no se haga mal uso de estos lotes, y que el gobierno no se duerma en sus laureles, que no se adocene con estos primeros logros.

Eso, sin embargo, no nos quita este primer respiro de esperanza, esta pequeña gran celebración inicial. Por ellos, por quienes día a día arriesgan su vida por todos nosotros. ¿Cómo no sentir alegría por ellos?