Pedro Castillo es su riesgo, un salto al vacío, y amenaza con desmontarlo todo, incluso hasta lo que funciona bien. Es un peligro latente para la democracia y las libertades. Pero el problema es que, del otro lado, Keiko Fujimori no le da garantías a los que dudan. Su deteriorada imagen hace que sus palabras suenen vacías; no es vista hasta ahora como el mal menor.

Cuando terminó la primera vuelta electoral, daba la impresión de que esta vez Keiko Fujimori tendría la mesa servida, pues le había tocado competir con el candidato más ganable. Las dos primeras semanas de campaña por segunda vuelta, sin embargo, dan otra lectura: más bien parece que Pedro Castillo es quien enfrenta ahora a la candidata más ganable.

Keiko Fujimori ha sido incapaz de dar un golpe de convencimiento a los indecisos. Y, también hay que decirlo, está cosechando lo que sembró en este último quinquenio, cuando perdió las elecciones ante PPK y se dedicó a torpedear al gobierno desde su abrumadora mayoría congresal. Está aún vivo ese recuerdo. Ella es en gran medida causante de lo que ocurrió estos años, incluso la incursión de Martín Vizcarra en el escenario y la posterior crisis. Mientras ella siga desconociendo esa responsabilidad, será difícil que la ciudadanía vea en ella a la persona que nos asegure un gobierno de tranquilidad y garantías democráticas. Esto, sin mencionar la investigación en su contra que yace en Fiscalía. ¿Cómo confiarle la presidencia a quien aún no salda sus deudas con la justicia?, se preguntan muchos por estos días también.

Y al frente tenemos a un candidato que no dice ni siquiera quiénes conforman su equipo técnico, ni habla con claridad sobre sus planes para combatir la pandemia y reactivar la economía. Tampoco aclara los vínculos de su gente de confianza con el Movadef. Repite, eso sí, vaguedades, lugares comunes, y se refugia en el “pueblo”, como si fuese a gobernar por medio de plebiscitos semanales.

Es como un callejón sin salida esta segunda vuelta.