No quieren irse por las buenas, por ejemplo, mediante elecciones generales adelantadas, sin embargo, los congresistas que tenemos hace buen rato que han sido largados bien lejos por sus electores y, entonces, sin ese factor importante del voto que es la sagrada representatividad, simplemente están ahí, en sus curules, porque la democracia aguanta todo y no contempla una forma extra de expectorarlos pese a haber caído en la defección total. Miguel Grau ya los hubiese ahogado.

Nosotros somos respetuosos de la institucionalidad; es más, bendecimos la majestuosidad que debe acompañar a las entidades pilares del Estado, no obstante, estos “padres de la patria” ultiman a diario la tolerancia con su nefasto accionar y la resultante es un Parlamento Nacional sin piso, lejano, con los pasos perdidos. La sinvergüencería es una tácita ley y el desparpajo para justificarse un caparazón del Hemiciclo a prueba de balas. Las encuestas sobre su desaprobación no mienten.

“La política está enferma, está muy enferma. Y hay excepciones. Pero, en general, está más enferma que sana” diagnosticó el papa Francisco durante su visita al Perú, en enero de 2018, cuando además se preguntó: ¿por qué los expresidentes terminan presos? Lo que pasa es que cunde el mal ejemplo y jugarle sucio a la población se ha convertido en un deporte nacional. Atragantarse con un bufet almuerzo de 80 soles cuando las ollas comunes solo cocinan aire es un pecado capital.

No quieren irse por las buenas, precisamente, porque el Congreso es un boccato di cardenale que se come con inmunidad. “Querrán que comamos alfalfa seguramente”, alegó Jorge Montoya. Lo que ignora el marino retirado es que esta hierba contiene vitamina K, indispensable para ayudar a que la sangre se coagule. Así, podrían tener sangre en la cara.

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