Con el inicio de las clases en todo el país surge la necesidad de recordar a los estudiantes porqué es necesario continuar educándonos contra viento y marea, remando mar adentro. Se trata de una cuestión de supervivencia. Como es natural, cada uno tiene una motivación personal, intrínseca. Sin embargo, estudiar en un momento como este va más allá del ámbito privado. Estudiar el año 2021 es una cuestión de vida o muerte.

Me explico. La respuesta a todo lo que está sucediendo en el país pasa por la dimensión educativa. Sin educación no habrá solución a la crisis presente. El gran reto del Bicentenario pasa por la formación de una generación capaz de superar los inmensos desafíos que presenta nuestra historia: la brecha de infraestructura, la debilidad administrativa del Estado, la postración de la salud pública, la corrupción sistémica y la carencia de liderazgos transformadores. La educación es la clave, el Alfa y el Omega del problema nacional. Podemos apostar por una educación ausentista, incluso egoísta, que solo busca la satisfacción del individuo y de sus deseos más inmediatos. O podemos optar por una verdadera educación peruanista, comprometida con el bien común, regeneradora de un país con proyección global. La generación que hace todo lo posible por continuar sus estudios es la generación del cambio. El Estado no los debe abandonar.

El abandono educativo de la generación del bicentenario sería un grave crimen, casi una traición histórica. No hay mejor inversión que los jóvenes que se queman las pestañas estudiando contra viento y marea. Lo hacen porque es un asunto de vida o muerte. Lo hacen sin ayuda y por eso valen un Perú.