El agua del planeta se mantiene circulando entre el océano, la atmósfera, la superficie terrestre, la biósfera, los suelos y los sistemas de aguas subterráneos mediante el ciclo hidrológico. De esta cantidad, la porción más grande es agua salada ocupada por el océano, mientras que solo el 2.5 % es agua fresca. Así, solo una pequeña cantidad está considerada como recurso hídrico para satisfacer las demandas del ser humano.

¿Cuál es el rol de la porción salada? El océano es capaz de almacenar mil veces más calor que la atmósfera, pues absorbe energía solar y la distribuye a través de las corrientes marinas, teniendo así la capacidad de regular la temperatura del planeta. Frente al cambio climático, el océano ha absorbido más del 90 % del exceso de calor y entre el 20 y 30 % del CO2 antropogénico.

En ese sentido, el océano ha contribuido a mitigar el exceso de calor y CO2 antropogénico, pero, al mismo tiempo ha provocado cambios considerables en la física y química del océano, lo cual ha causado alteraciones significativas en los sistemas marinos (incluyendo composición de especies, abundancia, producción de biomasa de los ecosistemas, estructura y funcionamiento, desoxigenación, acidificación); lo que representa una grave amenaza para la vida en nuestros mares y subsecuentes efectos en las naciones, tanto en lo económico como social.

En ese sentido, la protección del océano es un desafío que requiere que todos nos involucremos.

Por ello, en el 2017 la ONU proclamó el Decenio de las Ciencias Oceánicas para el Desarrollo Sostenible 2021-2030, una oportunidad para unir la ciencia y la política a favor de una mejor comprensión del sistema terrestre para el beneficio de todas las personas. Y en ese camino el IGP sigue haciendo ciencia para protegernos, ciencia para avanzar.